Análisis

Alberto Pérez de vargas

Toros en San Roque

Ese coso, arrecogío, sin callejón, me resulta familiar. Me recuerda a La PerseveranciaEstando ya el toro en el albero, el trasiego de damas, reinas y beldades no cesó

Desde hace años acudo a la Feria Real de San Roque, precisamente el día en que se celebra la tradicional corrida de toros. Me invita mi amigo, gran sanroqueño y gran aficionado, Francisco García Trevijano. Hombre de horizontes abiertos y experiencias de variado cuño, también conoce el toro de cerca y desde algunas otras distancias poco frecuentadas por el personal de a pie. Habría mucho que decir de su rica personalidad y conocimientos, pero esa es otra historia, que si en algo viene al caso es por mi visita de este año. Buen cartel y una ganadería que era para mí casi una novedad, me resultaban atractivos en un marco, el de la plaza, entrañable. Ese coso pequeño, arrecogío, sin callejón, me resulta familiar. Me recuerda a La Perseverancia, la añorada plaza de Algeciras, a cuya realidad y presencia tanto y tan cálidamente se aproxima el monumental libro de José Antonio Valdés Escuín, Algeciras Romántica, recuerdos de la vieja plaza de toros.

Tantas y buena sensaciones no se dejan influir por esas dejaciones que se observan por parte de la organización de la corrida del pasado viernes día 11 y, sobre todo, por el comportamiento del Ayuntamiento que traducen determinadas actuaciones. Nunca vi antes y dudo que lo vea en alguna parte, que una puerta de acceso a la plaza esté reservada por las autoridades locales y se impida su uso a espectadores que han pagado su entrada para las localidades que corresponden a ese acceso; provocando que se vean obligados a buscar alternativas, a veces -como es el caso- incomodas e incluso dificultosas si no tienes esas facultades que va limitando el tiempo. La escena aludía a esas sociedades en las que hay ciudadanos de primera y castas menores. Lo que resulta chocante para una corporación tan del pueblo y tan obrera como la de San Roque. Bien es verdad que los concejales de la oposición y afines, disfrutaban de algunas de las incontables invitaciones y localizaciones privilegiadas que reparten las autoridades entre todos los que contribuyen a la mayor gloria y perpetuación de la especie.

Estando el toro en el albero, el trasiego por esa y otras puertas de damas, reinas y beldades -no vi damos, pero tal vez los hubiera, dado el tiempo que vivimos- no cesó. No pocos paisanos iban y venían, o estacionaban sus posaderas en el acceso a los tendidos durante la lidia. Expresándose ruidosamente y dando testimonio con alguna instantánea, de su mala educación. Seguramente se comportan como lo harían los regidores que permiten o propician que pasen esas cosas.

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