Es fácil imaginarse a María Teresa Campos, "Teresita", en plena narración de la boda de la infanta Cristina y el marido balonmanista, querer tirarse por el balcón porque Telecinco se había ido a publicidad en el momento en que la novia descubría su vestido. La veterana malagueña más que mal carácter tiene muy malas pulgas y su ambición desmedida se confundía con una ira descontrolada en sus mínimas frustraciones.

Esos rasgos surgieron en su funeral de opereta en El cielo puede esperar. María Teresa era mejor en la radio (como vino a evocar Elvira Lindo) que en la televisión, donde debutó como mal pie y donde sobre todo fue continuadora, delante y detrás de las cámaras, del estilo de Jesús Hermida, quien la rescató, añadiendo su dosis generosa de mal genio confundido con feminismo herido.

Está feo soltarlo sobre una veterana, pero María Teresa Campos es de esas figuras sobrevaloradas aunque luzca méritos para tener un sitio en la historia de la televisión en España. Pero no era tan innovadora, porque su gran éxito matinal se basó en lo ya trazado por el onubense. Se valió de una situación casi de monopolio. Y más allá de la devoción de sus seguidores en unos tiempos donde había bastante menos oferta y referencias, digirió mal tanta popularidad como para rectificar con tino cuando la tendencia empezó a ir cuesta abajo. Entre sus herederas más evidentes se encuentra Toñi Moreno, que dora más fama que las cuotas reales de audiencia (por tanto de aprecio del público) que realmente cosecha.

No, aunque le debamos consideración por su trabajo y veteranía, María Teresa Campos no es una figura tan decisiva en la televisión de España. En realidad ese papel al que le adjudican lo debe ostentar Ana Rosa Quintana, quien la relevó en las mañanas de Telecinco hace ahora quince años y nunca ha perdido el liderazgo. Entre la cantera de AR figuran nombres como Jorge Javier Vázquez, pura esencia de la cadena. Si hablamos de fenómenos estelares e influyentes... nos quedamos con Ana Rosa.

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