Lo sustancial del plúmbeo debate en Canal Sur fue que el enfrentamiento en el bloque de centroderecha se impuso a la hostilidad en el bloque de las izquierdas y, notoriamente, al ataque de los tres partidos de la oposición al partido que gobierna. Susana Díaz pudo así irse de rositas: Moreno Bonilla y Juan Marín emplearon casi todas sus energías en pelearse por el segundo puesto en las urnas y Teresa Rodríguez arañó suavemente a la presidenta socialista, como una hermana menor que, aun pataleando, no deja de reconocer la superioridad de su primogénita. El susanismo como patología del socialismo, que es el eje estratégico de la coalición Adelante Andalucía, desapareció del discurso de Teresa Rodríguez.

Esta moderación de la candidata de la Doble A, que puede abandonarse aquí y allá en lo que queda de campaña (pero ha sido claro y significativo en el acto con más espectadores-votantes de esta quincena), quizás es premonitoria del giro que darían Rodríguez-Maíllo después del 2-D. No por voluntad propia ni convicciones frentepopulistas, sino por la fuerza de las circunstancias. Por la política del mal menor. ¿Qué podría hacer Adelante ante la perspectiva de que si no ayuda a la reinvestidura de Susana Díaz la coalición PP-Ciudadanos se instale en San Telmo? Y tendrá que decidirlo pronto si quiere evitar una Mesa del Parlamento controlada por la nefanda derecha.

Claro que este panorama sufre un riesgo enorme de trastocarse por un agente externo demoledor, que es la política nacional. El Gobierno de España se encamina decididamente hacia la parálisis definitiva y, con ella, a la irrevocable necesidad de adelantar las elecciones. Eso lo cambiaría todo. La investidura en la Junta se puede bloquear a la espera del desenlace de las generales y hasta resolverse con nuevas andaluzas.

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