Hace unos días se hacía viral un vídeo de un señor muy disgustado con el verano y sus defensores. Con salero y picardía, el buen hombre invitaba a los amantes de la época estival a salir a la calle a las doce del mediodía y disfrutar de las temperaturas infernales. Como él, son muchos los que muestran abiertamente su profundo odio a la estación. Argumentos no les faltan a los detractores del verano. Pero servidora, que es más del verano que el anuncio de Estrella Damm, siempre rebate a los que miran con inquina a esta estación.

Como todo en la vida, que resulta ser más cíclica que la economía, las querencias a veces se vuelven animadversiones. Amante del verano, empecé a odiarlo el día que me tocó pasar un agosto en la redacción de un periódico. Uno nunca imagina lo terrorífica que puede llegar a ser la época estival hasta que no es periodista. No por la ausencia de vacaciones. El problema, el drama, la angustia hasta que empieza la vuelta al cole es cómo narices rellenar un periódico si en el universo no ocurre nada. Las páginas necesitan un contenido para su publicación. La ausencia del mismo no implica su desaparición, así que llenarlas de letras se convierte en una misión casi suicida. Ojalá hoy llegue algo potable, imploramos al encender el ordenador. Ojalá hoy le dé al cometa Halley por darse una vueltecita por la órbita terrestre y podamos rellenar diez o doce páginas durante los próximos quince días. Así todos los días. A veces, en un intento desesperado por dar una noticia, que no sea la ola de calor de todos los años, nuestros instintos primarios no impulsan a convertirnos en protagonistas de una de ellas. Voy a atracar un banco esta tarde y así mañana tengo portadilla, escuché decir una vez a un compañero. Pero nada, la calma chicha es eterna. Alguna desgracia aislada nos devuelve a la actividad, pero despertar del letargo estival con ese tipo de informaciones nos hace sentir miserables. Que la vida ocurra pero que nadie sufra, que mis páginas se llenen pero no a costa del mal ajeno. Aunque desesperados, tenemos corazón. Y ahí seguimos, hablando de vídeos virales porque la vida real se coge vacaciones, proclamando nuestro amor por el verano pero pidiéndole a Dios que se acabe prontito para que vuelvan las ruedas de prensa, los plenos en el ayuntamiento y las galas solidarias que te hacen trabajar un viernes hasta las doce de la noche. Porque un periodista prefiere la Antártida, el frío glacial y dos millones de noticias, que otro verano más sufriendo el mal de la(s) página(s) en blanco.

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