El pasado 14 de febrero, un grupo de mayores celebró el Día de San Valentín. La residencia en la que habitan fue decorada por el personal con angelotes hechos de cartulina, alas de algodón y rizos a base de multitud de bolitas de papel de seda. Uno rubio y otro moreno. Así, unos cuantos corazones rojos y verdes colgaban del techo y adornaban las paredes. En una de las salas de actividades sonaba fuerte la música y los trabajadores del centro, micrófono en mano, entonaban y bailaban lo que sonaba, sobre todo, canciones populares, de toda la vida, que los abuelos tarareaban también o movían tímidamente los labios, rescatando de la memoria esos títulos imborrables. Algunos se lanzaron a la pista a moverse al ritmo y otros ya querían levantarse de sus sillas de rueda. Aún así, daban palmas y se agitaban con la misma emoción. Un jornada entrañable, emocionante que concluyó con corazones de cartulina con mensajes de amor escritos para los residentes y trabajadores por parte de familiares y amigos. Es la fortaleza de saberse amado.

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