No hay serie de hoy que pudiera trazar un personaje de comedia tan poliédrico y auténtico como él . Fuera del contexto intimista y de claroscuros de los programas de Jesús Quintero los relatos de Juan Joya siguen intactos en su sinceridad e ingenuidad. Son confesiones de buscavidas, del Lazarillo del Tamarguillo que sobrevivía con el ingenio de pasarlo lo mejor posible con las lumbares cuidadas como reliquias de familia. Cuidaba mucho de su "columna vertegral". El Risitas suena a vecino del barrio, a las calles nuestras, a gente que exprime la vida y su forma de vivir.

El mosaico de producción propia de los vagamundos y los ratones coloraos no era una galería para reírse de los frikis sino que era un espejo, algo deformado, de nuestra barriada. Con humor, ternura y unas gotas de desencanto. Andalucía de la casapuerta y de la mesa de dominó. Quintero siempre elaboró una televisión pública de vino de sacristía. Falta talento y riesgo para reeditar ese espíritu porque tal vez pertenece a otro momento.

El Risitas ha vivido realmente como siempre quiso aunque la imprevista popularidad le sacó de quicio todos los excesos. Lo de los memes por todo el mundo, con subtítulos en los países más recónditos, son un reconocimiento a su carcajada pegajosa, hiperbólica, casi hipnotizante. Como una película de Bergman, en versión original gana y a El Risitas hay que oírle con ojos de hoy. Recuperar los vídeos de sus entrevistas al cabo de los lustros nos presentan a un tipo encantador, de agridulce naturalidad, y que era más cómico con sus relatos de la vida real que con sus chistes.

Como sucedía con el gran Chiquito de la Calzada, hizo reír a todos y todos les remedaron. Forman parte de los recuerdos colectivos y cualquier español en un momento de tensión sería capaz de relajar el ánimo si le dicen un "tedacuén" o un "cuñaoo". Sevilla y Málaga no están tan lejos.

El Risitas y Chiquito dicen que se han ido pero siguen la mar de presentes.

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