La radicalización, el extremismo y la xenofobia se agigantan y el discurso del odio toma la red. La tecnología, como la cultura, no nos hace necesariamente mejores y el rechazo y el miedo a lo diferente dispara como poco los más bajos instintos.

"Un arma, más que la defensa de la vida, es la garantía de la libertad", dice Jair Bolsonaro. Hasta 57 millones de brasileños han aupado al poder a este siniestro machista, homófobo, xenófobo e hiperreligioso, que no tiene empacho en mostrar su simpatía por la dictadura que maniató al gigante sudamericano entre 1964 y 1985.

Otra presunta simpatizante de sátrapas deslizó un inolvidable comentario (en voz alta para que se oyera) con un diario conservador con grapas bajo el brazo al salir de un quiosco de prensa años atrás. "Yo (la sujeta y el sujeto retórico, puro énfasis) a Zapatero lo fusilaba". El entonces presidente del Gobierno acababa de dar luz verde al matrimonio homosexual y la caverna rezumaba nostalgia de unas prácticas que se extendieron durante 40 años en España.

El actual presidente del Gobierno también es un oscuro objeto de deseo de indeseables. Ahora salen a la luz las malas intenciones de otro pinchaúvas de la ira enojado por la exhumación de los restos de Franco. Un asunto que a unos se la sopla y que a otros nos revuelve las tripas con esa siniestra majestuosidad que refulge en el Valle de los Caídos con la momia de un dictador rodeada de cadáveres de sus víctimas.

El justiciero patriotero vecino de Tarrasa estaba dispuesto a sacrificarse por España y, mira por dónde, una coordinadora de Vox en Barcelona truncó el posible magnicidio.

Libertad, libertad, sin ira, libertad, rezaba el mantra de la inconclusa Transición. La ira permanece y los rescoldos del franquismo siguen humeando.

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