Análisis

Tacho Rufino

Puigdemont se hace detener

El escandaloso exilio en Waterloo corroe la posición del 'honorable' entre sus propios socios rupturistasEl no-'president' reclama visibilidad con una estratagema que complica a Sánchez

éramos pocos y parió la abuela", reza el dicho que lamenta que, ante una situación difícil, otro suceso viene a empeorarla. Algún imprevisto a més a més, que se dice en catalán: por si fuera poco. A más a más, ha detenido -ya está libre- la Policía italiana a Puigdemont en Cerdeña, isla con un cuarterón catalán, adonde había ido no-president a promover su causa independentista. Huyendo de su exilio raro entre Bruselas y Charleroi, en su cada vez más ignorado reducto -a la postre olvidado- en Waterloo. Bélgica, esa desafecta asociada comunitaria de la España constitucional, e incluso de la España histórica: los siglos pasan, pero las heridas no se cierran. Españoles y catalanes, valones y flamencos, dicotomías de naciones reconocidas y aspiracionales. Enfrentadas, en el fondo, por la pura economía y las dolencias de patrias irredentas que, siendo ricas, quieren serlo más y a solas, ya liberadas de las redistribuciones y solidaridades fiscales, que sobran en una constelación europea que permite que un encausado por la Justicia de un país miembro se recochinee de las decisiones soberanas de un socio, España, que se vio obligado como Estado a emitir una euroorden para extraditar -no es el término correcto, pero para entendernos- a quien con el peso de los votos independentistas decidió tirar por la calle de en medio declarando una república catalana por las bravas, en flagrante afán emocional y flagrante desprecio de la Ley vigente.

No es paranoide maliciarse que el viaje de Puigdemont a la isla italiana jugara con cartas ocultas, taimadas, o sea, a sabiendas de que allí iba a ser detenido, movido como de rondó por una estrategia que no sólo aprieta las tuercas al Gobierno español, sino que también pretende ajustar cuentas a sus socios rupturistas. A la ERC que se entiende con Sánchez por mera aritmética de cuotas parlamentarias, pero también a los enemigos fraternos del propio partido de Puigdemont, la fragmentada Convergencia i Unió de Jordi Pujol, el prócer de la patria catalana que abrió la caja de todos los truenos -ese dossier con secretos a voces del Rey emérito- para defenderse como gato panza arriba de sus propias corrupciones desde la Generalitat y las bolsas de basura repletas de billetes que llegaban a Andorra o más allá en el maletero del coche de su hereu, u otros patriotas. "'Vostès [CiU] tenen un problema, i aquest problema es diu tres per cent'", dijo Pasqual Maragall, socialista del PSC, en una de las frases más lapidarias que la España política contemporánea conoce. Quién sabe si con la sinceridad de quien, con la cabeza temblando, decía las verdades del barquero. Puigdemont con los pies colgando en el abismo del olvido de propios y extraños, busca decir "aquí estoy yo, eh", huyendo hacia adelante.

El presidente Sánchez se topa de pronto con un altre problema, justo cuando da cabezazos ante la bandera catalana permitiendo que su interlocutor, el vigente president Aragonès, le deje claro que, por mucha mesa de negociación bilateral que proponga el Estado español, nada es suficiente para que cese el acoso a la integridad nacional propia de todas las constituciones. Ese mandato que fija como inexcusable la Constitución de uno de los países con mayor calidad democrática, España, según es reconocido por instituciones mundiales. La izquierda española -no tanto Sánchez y el PSOE- abandera la contradicción de apoyar el rupturismo catalán, olvidando la máxima internacionalista y solidaria que en teoría es propia de su corpus ideológico, bien puede que movida por un complejo antiespañol. Qué hacer con un Puigdemont detenido, cuando habría que indultarlo por el procedimiento de urgencia, una vez entregado él al país en el que su sueño patriótico inoculó el veneno del enfrentamiento.

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