Mide relación entre la cantidad de producto y la de factores utilizados en su producción, aunque tendemos a fijarnos en la productividad laboral, que es la parte que refleja la relación entre la producción y el empleo. Cuanto mayor sea la productividad, menor será la cantidad de factor necesaria para producir una unidad y también menor el coste de obtenerla, lo que significa que se trata de un determinante esencial de la competitividad.

La productividad laboral en España está cuatro puntos por debajo de la UE-27, siete de la Eurozona (19 países), a doce puntos de distancia de Alemania, ocho de Francia y dos y medio de Italia. Andalucía, por su parte, está a 11,8 puntos de la media española si medimos el empleo en personas y a 11,4 si se mide en horas trabajadas. Estos datos indican que España, y todavía más Andalucía, tienen un grave problema de productividad que afecta a la eficiencia de nuestras economías y que condiciona nuestra capacidad para competir.

Los más productivos, eficientes y competitivos son los que producen a menor coste y esto tiene que ver con los impuestos que se pagan, con el precio de la energía y de otros suministros o con las infraestructuras, de las que dependen el coste del transporte y la eficiencia de muchos servicios. También resultan decisivos el nivel tecnológico, la calidad de las organizaciones, la burocracia y los servicios públicos, las instituciones, es decir, las leyes, y, desde un punto de vista macro, la estructura sectorial de la producción. No nos olvidamos de la mano de obra, porque cuanto mayor sea su cualificación también será más productiva, aunque también hay reglas menos claras, como la que relaciona los salarios con la productividad.

Si los salarios son reducidos es probable que el precio final del producto también lo sea y la empresa o el país en cuestión resulten muy competitivos en ciertos mercados. Podría ser el caso de China y el mercado de las manufacturas tras el cambio de siglo, pero incluso en ese país tuvieron siempre claro que la esperanza de vida de un modelo de estas características no podía ser muy larga. Estaban condenados a un importante esfuerzo de inversión en tecnología y educación, si querían mantenerse en sus mercados. Existe, por otra parte, evidencia robusta de que las economías con mayor productividad y más competitivas son también las que pagan salarios más altos, las que realizan un mayor esfuerzo innovador y las que mejor forman a sus jóvenes.

Todos los determinantes de la productividad y la competitividad y exigen, salvo quizá la fiscalidad y el marco de relaciones laborales, esfuerzos persistentes en el medio y largo plazo. El problema es que los resultados tardan años en percibirse y los réditos políticos a corto suelen ser escasos, pero abordar el gap de productividad es algo que no se puede aplazar indefinidamente. Lo verdaderamente importante en estos momentos no son los rankings de velocidad de recuperación, sino el impulso de las reformas que pueden ayudar a que las ayudas europeas arraiguen en terreno propicio a la eficiencia incluyendo, en la medida de lo posible, limitar las injerencias irreverentes de la política en la economía.

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