La crisis económica, que por mucho que digan los expertos aún azota a demasiadas familias, trajo consigo un enorme rosario de eufemismos. Comenzamos con aquello de la suave desaceleración, luego con el crecimiento negativo (¿es eso matemáticamente posible?) y posteriormente con la flexibilización del mercado laboral; es decir, cobrar menos. Con la llegada del invierno otra de estas expresiones maquilladas se cuela entre los titulares: la pobreza energética. O sea, cuando una familia tiene que decidir entre dar de comer a sus hijos o poner la calefacción. Pues, miren ustedes, señores economistas acuñadores de expresiones suavizadas, cuando en una casa cualquiera se cena una tortilla francesa y se mete a los niños en la cama bajo siete mantas o los padres eligen ducharse cada dos días porque no les llega el butano, eso se llama simplemente pobreza.

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