Tal vez no nos gustaría rastrear en cada uno de nuestros 64 pentabuelos, hace casi 200 años, porque nos podríamos encontrar de todo. Solemos exagerar los brillos del escudo solariego porque en realidad somos descendientes directos de personas de lo más pintoresco. Herederos de nobles y también de esclavos. Nos riega sangre de orígenes sobrecogedores.

Por eso el análisis del pasado hay que entregarlo a investigadores especializados, que arrojen una mirada y un análisis de lo más imparcial y ponderado para contar de donde venimos, o de donde vamos viniendo, y no convertir las tragedias pasadas en pasiones actuales y motivo de discordia para tirarnos las cenizas a la cara.

De quienes han motando un castillo con los odios del guerracivilismo no se puede esperar mucho más. Aún quieren arrastrarnos aún más al fango del resentimiento fácil, pero deberíamos preocuparnos mucho más por el presente, por lo que nos va a repercutir en un futuro que se pone cada vez más cuesta arriba, que por airear afrentas, antepasados, rencillas y nacionalismos folclóricos.

Entre los responsables de por allá y de por allí muchos están todavía cómodos en el papel de contertulios de La Sexta y de los matinales, en arrojar titulares y dar golpes de efecto ante los afectos que remueven insultos, que por reunir, sumar y construir. No han despertado del juego. Toca fabricar soluciones y generar conciliaciones para que sean efectivas. No valen los desprecios ni las afrentas. Hay demasiados muertos sobre la cama, que nadie sabe contar a ciencia cierta, aunque haya cadenas que prefieren investigar apartamentos e informes de la policía que las decisiones desorientadas en algunos despachos. Se acabó el tiempo de actuar en un perpetuo debate en la televisión. De hecho los espectadores están hartos de tanto político y tanta palabra porque la ciudadanía está preocupada en realidad por el bolsillo y el futuro de los hijos. Y no tanto por lo que fue o pudo ser algún pentabuelo que sobrevivió a alguna de esas guerras de los libros.

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