A L final todos esos detractores de Pablo Motos van a tener algo de razón. El de El Hormiguero es el único tipo popular que está dando vueltas a las pruebas del coronavirus y no terminan de confirmarle con negativo o positivo. Motos no tiene culpa alguna pero parece encantado con alimentar titulares y haters. Existen dudas y en casos así se impone la prudencia de unos días de aislamiento. Lo contrario es afán de protagonismo y mensaje de inseguridad hacia su gente.

Hay asuntos realmente graves en la pandemia así que la baja imprevista de Pablo Motos no es para tanto. El de Requena se siente tan propietario de su formato que siente angustia en que vuelen sin él, en su afán de supervisarlo todo, tocarlo todo y no perderse ni un plano. Sin Pablo Motos en estos días El Hormiguero ha tenido dos de sus mejores registros de audiencia, acercándose a los 4 millones. Entendemos que en esos espectadores están muchos que sienten una curiosa antipatía hacia su presentador y productor.

Nuria Roca se ha sentado en la silla y el espacio de Antena 3 ha ido como siempre. La paisana del pelirrojo es bastante más hábil que él en las entrevistas e incluso en sus facciones parece mostrarnos más interés por lo que le están contando.

La elección de Nuria, designada hora y media antes de arrancar este lunes, era bien sensata. Lleva más de treinta años conduciendo programas (fue descubierta por el olfato de Ibáñez Serrador). En su carrera hay borrones, como el rechazo injusto en TV3 (se quedó sin programa por la declaración de independencia), y ha perdido cierta frescura. Con su marido, Juan del Val, se han convertido en una pareja de cansinos en El Hormiguero. Empalagan y no justifican su reiterativa presencia.

Pero ha sido ponerse al frente del programa y Nuria Roca se ha revalorizado. Se ha puesto a en su sitio. Tiene experiencia y fuera del contexto de esas tertulias pamplinosas, gana en simpatía. Con ella El Hormiguero es mejor. Mucho mejor.

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