La escena que les voy a describir ocurrió hace apenas unos días. Concretamente, en la víspera de Reyes Magos en la Plaza Alta. En la calzada se acababa de formar una hilera con cinco coches esperando a que el primero, un taxi, dejara en pleno centro de Algeciras a una clienta. Momentos después, el vehículo echó a andar y el coche que justo estaba detrás no lo hizo: su conductor estaba enfrascado mirando hacia abajo, con la cara iluminada mientras contestaba a un mensaje en su teléfono móvil. De inmediato mi mente comenzó a oír el estruendo de las bocinas de los otros tres coches para reclamarle que avanzara. Pero me equivoqué. El resto también miraba hacia abajo para responder un whatsapp, poner un tweet o para cotillear las fotos del cuñado en Facebook. La tecnología nos absorbe de tal manera que ya ni los atascos son lo que eran ni nuestras cervicales tampoco.

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