No pretendo que ésta sea una tribuna más, escrita, como cada año, con motivo del 25 de noviembre, la fecha elegida para recordarnos, de alguna u otra forma, que tenemos que seguir luchando por erradicar la violencia de género de nuestras vidas y de nuestra sociedad.

Sin embargo, he creído que era mi responsabilidad ocupar el lugar que me permite, como delegada del Gobierno de España en Andalucía, acceder a espacios desde los que lanzar un mensaje que pueda llegar a mucha gente. Y, en esta ocasión, me veo obligada a hacerlo.

Cuando el Consejo de Ministros presidido por Pedro Sánchez aprobó mi nombramiento pensé mucho en las personas que me habían antecedido en este cargo. Para que no me abrumara la responsabilidad me puse en el lugar de quienes, en los años ochenta y noventa, habían pasado por aquí con muchos menos medios que yo: desde Leocadio Marín hasta José Torres Hurtado, pasando por Alfonso Garrido o Amparo Rubiales. Quise hacerme a la idea de lo duros que tuvieron que ser aquellos años en los que ETA golpeaba fuerte y asistían a tantos entierros. Hacer ese ejercicio de humildad ante mis antecesores me dio mucha tranquilidad.

Sin embargo, en menos de un mes, me di de bruces contra la nueva realidad. Fui a Posadas a guardar silencio por el asesinato de Concepción, de 67 años, acuchillada por su marido. Y, desde entonces, no he parado: Úbeda, La Línea, Jerez… Creo que tengo las mismas sensaciones que tuvieron que sentir mis compañeros antes y que no pueden esconderse de ninguna forma. El terrorismo machista se extiende por Andalucía, igual que por todo el mundo, y no entiende de clases sociales ni de edades. Los minutos de silencio, los entierros, el consuelo perdido, el desgarrador relato que siempre hay detrás y que jamás se olvida… Están asesinando a mujeres por el hecho de serlo.

Pero no sólo esto. Me horroriza pensar que este año, en particular, en el que todas las personas e instituciones nos volcamos en intentar paliar la soledad y el dolor que esta pandemia nos está dejando, haya mujeres que estén sufriendo, además, el virus del machismo. Basta recordar la angustia de los días de confinamiento para acaso ponernos en la piel de quien, además, ha estado encerrada junto a su maltratador. Como si fuera el guión de una película de terror. Un virus sumado a otro. Un virus, éste del machismo, para el que parece no haber vacuna.

Es por ello por lo que hay que ocupar espacios y denunciar esta situación. Hay que defender las políticas públicas que tratan de erradicar la violencia de género y no hacer ni una sola concesión, ni en los espacios, ni en los discursos, a quienes promueven el negacionismo de este terrorismo y propagan bulos con la misma intención. Decirlo alto y claro ante quienes quieren acabar con las políticas de igualdad y niegan esta evidencia: hay 41 mujeres asesinadas este año, 1.074 desde que se empezaron a contar el 1 de enero de 2003. Y otras tantas de miles maltratadas por el hecho de ser mujeres.

Y hay que explicarlo así, con nuestra principal arma: la palabra. Con la fuerza y la dureza que derraman las palabras cuando se cuenta la verdad. Una verdad, la del infierno de la violencia de género, contra la que debemos luchar. Y es que hay hombres que se dedican a eso: a matar mujeres.

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