El Jueves Santo no es para contarlo, es para vivirlo. Jornada grande, de multitudes, verdadero hervidero de emociones, ambiente festivo y aires de solera. El Jueves Santo algecireño es una perfecta fusión entre lo clásico y lo contemporáneo, los siglos de historia y las actuales décadas de este siglo veintiuno. Jornada tempranera de visita a los templos, sagrarios, miradas, rezos, emociones y aromas. Aroma a tradición y fe a raudales.

El día comienza en la lejanía, en San José Artesano, aquel barrio moderno que quiso ser cofradía. Jesús de las Tres Caídas es ese Cristo moreno de túnica blanca. Y es que si ocurren milagros en Semana Santa, he aquí uno de ellos.

Jesús cae tres veces en loor de multitudes que le acompañan hasta el centro. Tras Él camina la Trinidad, esa virgen peculiar de palio azul cielo, llevada sobre los pies -¡pero que pies!- pues la Trinidad representa de forma sublime la igualdad, esa igualdad entre hombres y mujeres. Mujeres costaleras que demuestran que el amor es cosa de todos. Grandeza de cofradía, ejemplo verdadero de que en la humildad está lo sublime.

El Jueves empieza en azul y continúa tiñéndose de morado. La Iglesia Mayor abre sus puestas, sale el Nazareno, Nuestro Padre Jesús con la Cruz a cuestas. Siglos de historia abrazan a la corporación que es santo y seña de las raíces más profundas de nuestra Semana Mayor. El cortejo avanza entre la multitud abrazando la Plaza alta, la cofradía es un auténtico museo en la calle. Se trataba de uno de los cortejos más cuidados, dignos de admirar desde la cruz de guía y bocinas, al majestuoso Senatus obra de las hermanas Antúnez. Tras un serpenteante río de nazarenos, llega el paso, portentoso misterio de caoba y estilo neobarroco, uno de los grandes "barcos" de nuestra Ciudad. Cartelas de Pérez Calvo y guardabrisas de plata rodean la imagen del Señor, antigua devoción de aquella vieja Algeciras. Su salida, a través del angosto pórtico de Santa María de la Palma, Carrera Oficial y subida al barrio alto, San Isidro, configuran la noche idónea para el deleite de los sentidos.

Detrás, la Amargura, esa virgen niña, del insigne Álvarez Duarte, cobijada bajo uno de los palios más hermosos de nuestra Semana Grande. Palio burdeos y oro fino, alegórico con numerosas ramas de palmas bordadas en sus bambalinas, pues La Palma, nuestra Patrona está muy presente en la cofradía. Auténtico relicario de orfebrería, deléitense a su paso, admiren cada detalle y embriáguense del aroma de las rosas.

La Amargura es exquisitez, ascua de luz en la noche del Jueves Santo. Tomen nota y acudan a la llegada de la Dolorosa a la casa del Señor Medinaceli para después bajar por Montereros.

Y aún no termina, porque donde el Jueves Santo culmina, comienza La Madrugá. Madrugá de Fe, de esta ciudad que vuelve a su origen, a ser pueblo y caminar tras Él, la Fe, ese cristo humilde y sobrio que camina en silencio por los callejones. Son cientos de personas las que caminan tras Él, silentes, humildes. La Madrugá, la nuestra, la especial, es sencilla pero con fuerza, la fuerza de la devoción. La llegada del crucificado al Santuario de Europa bajo la protección y atenta mirada de María Santísima de las Lágrimas es el culmen de la jornada.

Jueves Santos hay muchos, pero éste, el nuestro, es el más especial. ¡Buen Jueves Santo!

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