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Aunque los precios no son altos, es imposible, de hecho, acceder a una corrida sin pagar las otrasCuando lo que hay es eso, más vale seguir en la sorpresa y no entrar en los detalles

Es un asunto mayor éste de la reaparición en Algeciras de José Tomás. Es de tal dimensión todo lo que rodea al torero madrileño de Galapagar que hasta en la palabra "reaparición" hay desajustes. Porque no puede hablarse en propiedad de que tal sea.

El diestro reaparece porque desaparece y no porque retome los trastos de torear y se ponga a la tarea tras una interrupción motivada por doquiera que sea la causa. Este torero no es como los demás ni siquiera en el modo de ejercer el oficio.

Sobrino nieto del gran ganadero Victorino Martín, mis circunstancias personales me permitieron verlo torear en algunos pueblos de la sierra madrileña no mucho tiempo después de que su abuelo Celestino, chofer de toreros, lo acercara al arte de torear.

Como a tantos grandes de la tauromaquia él también apuntaba buenas maneras.

La vida lo ha traído hasta Estepona, donde vive en familia. Tal vez la proximidad, el amor y el afecto hayan tenido que ver en su celebrada presencia en Algeciras.

El caso es que el pasado viernes se despejaron todas las incognitas. Hubo, si no me falla la memoria, otras dos veces antes en las que se dio por hecho que José Tomás torearía en Algeciras. En vísperas de feria, el pasado año, corrió el rumor por los corrillos taurinos de la capital, de que estaría en los carteles. Quizás con ayudas y azares, pero el empresario José María Garzón se apunta -cuitas aparte- un buen tanto en el mejor momento para apuntárselo, para él, para su empresa y para la ciudad.

El triunfador de la feria de 1917, David Galván, no está. Y Padilla tampoco. Galván, aparte de su vinculación a la comarca, en la pasada temporada abrió la puerta grande en Algeciras, La Línea y San Roque.

En el escenario en que brilla con una luz que ciega, el torero del siglo, José Tomás, reina lo atípico y lo inesperado. Tendremos un mano a mano con Perera, en una corrida con dos ganaderías distintas, ajustadas al dictado de la estrella, que obvian el tradicional sorteo de los toros.

Como complemento, una corrida de lujo con tres primeras figuras, tres, de inusual diseño, y otra de aliño en la que dos de los toreros están apoderados por el empresario de la plaza. Y, aunque los precios no son altos, es imposible, de hecho, acceder a una corrida sin pagar las otras. Cerca de cuatro centenares de localidades se queda la alcaldía para sus propósitos y menesteres. Y eso es lo que hay, y cuando lo que hay es eso, más vale permanecer detenido en la sorpresa y no entrar demasiado en los detalles.

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