Análisis

Alberto Pérez de Vargas

Isabel y su bandera rosa

Se puede aprender mucho y generar bien desde el padecimiento de una dolencia

No he llegado a conocer a Isabel Canto, no he tenido esa suerte. Pero lo importante es su existencia y la grandeza que queda de su paso y de su actitud. Ese disponerse a mitigar la acción devastadora de la imaginación negativa y situarse en la realidad; vivir con la mayor plenitud el infortunio. Ese qué puedo hacer por mí y por los demás, al que personas como Isabel responden tan activa y afectivamente, es el principio del camino que conduce a, extrayendo el fruto de la propia consciencia y experiencia, ponerse al servicio de los demás. Cuando la enfermedad grave aparece estamos ante un acontecimiento desconocido que nos aporta miedo, malestar y una inquietud que se nos antoja insoportable. Sin embargo ello no es extraño a la vida misma. La enfermedad forma parte de la vida situándose como un obstáculo perturbador. Pero se enferma porque se está vivo y por cuanto supone someterse tácitamente al riesgo de vivir.

La asociación Bandera Rosa nació hace algo más de dos primaveras, comandada por Isabel, Ángeles Escobar y Carmen López. De ámbito comarcal y sede en Algeciras, compone una iniciativa para albergar emociones, rearmar el ánimo ante las frustraciones y, en general, para actuar frente al cáncer de mama, de aparición cada vez más temprana y cuyo diagnóstico precoz es, como en todos los casos y especialmente en los más graves, esencial. Estas mujeres han hecho posible que las afectadas (no están descartados los hombres, si bien el porcentaje no llega al 1%) encuentren un lugar habitado por personas con las que es posible una identificación e interlocución inmediata en esos momentos tan agudamente difíciles.

La enfermedad hace posible que surjan personalidades como la de Isabel; ese es uno de sus efectos, en este caso positivo. Como ella decía, se puede aprender mucho y generar bien desde el padecimiento de una dolencia que lleva consigo una atmósfera tan negativa y frustrante como el cáncer, sobre todo aquellos más agresivos o que dan la cara en estadios más avanzados. No cabe preguntarse, entre nosotros los creyentes, por qué Dios permite que una mujer como Isabel, que irradiaba tanta esperanza para otras muchas mujeres, deje una vida joven vencida por la enfermedad. Dios permite el mal, el dolor y el infortunio, porque nos ha hecho libres. Él sabrá por qué Isabel y tanta gente maravillosa son víctimas de la fragilidad de la naturaleza humana. Pero, no puede concebirse la vida sin que el mal y el dolor formen parte del tránsito hacia la muerte.

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