Análisis

rogelio rodríguez

Gobierno y oposición deberán dar explicaciones

La protección de la salud está muy por encima de las protestas callejeras contra Sánchez

La protección de la salud está muy por encima de las protestas callejeras contra el Gobierno -por innumerables motivos que existan- y se antepone a derechos como el de reunión y manifestación. Así lo han explicitado los tribunales de Justicia en Navarra, Madrid, Cataluña, Andalucía o Galicia. Pura sensatez, que debería disuadir a los principales partidos de la oposición, más prestos al enfrentamiento fragoso con afán electoral que a mantener actitudes responsables que los configuren como una alternativa fiable e integradora, aunque ello conlleve tragarse sapos que, en aras del superior interés general, todos los estadistas han ingerido alguna vez.

"Hasta aquí hemos llegado", dice Pablo Casado a destiempo, en otro mal cálculo del largo recorrido que se le presupone. La imagen que trasciende del dirigente popular es la de un político encastillado y sin opción que, falto de recursos, se atrinchera frente a un Gobierno incompetente, embaucador, dividido y supeditado al chantaje de fuerzas anticonstitucionales. Un líder que muerde de forma sistemática el anzuelo de la confrontación que le lanza el Ejecutivo y se obtura ante las prioridades de un país yerto por la pandemia, hundido económicamente y bipolarizado por la cretina actitud de su clase política. Se equivoca la dirección nacional del PP con su gradual estrategia abrupta -a Oscar Wilde la razón bruta le parecía insoportable- y trastabilla la cohesión interna, a tenor de la diferente actitud que muestran varios de sus barones regionales, con el templado Alberto Núñez Feijóo a la cabeza, el líder deseado que prefirió confinarse en su tierra galaica porque le causaba vértigo empuñar el timón en la sede de Génova.

Y se extravía el PP y su jefe de filas al adoptar dialécticas competidoras con Vox, en un intento baldío por recuperar el espacio que le hurtó la formación de Santiago Abascal. El electorado de ultraderecha, al que, en esta grave situación pandémica se suma una porción de votos emocionales contra el Gobierno, ya no pertenece al PP.

Nunca le perteneció, aunque lo tuvo de prestado hasta que, por errores propios y circunstancias ajenas, como el rebrote de los populismos, surgió una alternativa en el extremo más conservador. Los populares solo pueden perder asientos en el fragor de esa competencia radical que con tanto celo fomenta la izquierda, como los perdieron, si bien por otras razones, en comunidades como Cataluña y País Vasco, donde son un partido marginal. Su único golpe de suerte, y no por méritos propios, fue la supina impericia de su otrora también rival Albert Rivera que, en su ofuscación por adueñarse del centro derecha, despeñó a Ciudadanos, cuando Ciudadanos tuvo a su alcance evitar el Gobierno Frankenstein o, al menos, asfixiar las pretensiones del hoy inefable presidente del Gobierno. Por eso, Arrimadas prima la inteligencia pragmática, aun a riesgo de cosechar incomprensión.

Los ciudadanos ya no piden respuestas, exigen explicaciones. Al Gobierno, sobre todo, por el caos que ha originado su ineptitud, pero también a los grupos de la oposición que utilizan la tragedia sanitaria como arma de destrucción política.

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