De Franco y de Almanzor

La cuestión no es si el cadáver del general Franco debe de ser objeto de exaltación o no

La cuestión no es si el cadáver del general Franco -el de José Antonio Primo de Rivera debiera echar las barbas a remojar- debe de ser objeto de exaltación o no, sino si se debe o no respetar la historia y sus legados. Al franquismo, acogido en su tiempo con entusiasmo, hay que agradecerle la iniciativa de propiciar que la democracia llegara, si bien el general no dio órdenes al respecto. Era de esperar, pues Franco se unió al golpe de Estado civil y militar de 1936 como reacción a la caótica y trágica situación que vivía España, consecuencia de la incompetencia y de la falta de autoridad del Gobierno de la República, que creó el ambiente necesario para propiciarlo. Podríamos acudir a innumerables ejemplos, pero basta con que nos quedemos con el de José Calvo Sotelo, diputado conservador y exministro de Hacienda (1925-1930), detenido en su casa por unos sujetos entre los que había miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. Uno de ellos guardaespaldas del dirigente socialista Indalecio Prieto, que ya había amenazado a los conservadores, pistola en mano, en el mismísimo Congreso.

Esto de trasladar cadáveres y dinamitar monumentos, es una práctica que reverdece en determinadas etapas de la historia y en cualquier sitio. No hay que recurrir a la invasión de Roma por los bárbaros, que han dado su nombre a todas las manadas salvajes que pululan por este mundo, ni a Atila, Stalin o Hitler. En Siria, por no irse demasiado atrás, ciudades como Palmira, Alepo, Homs, Bosra y otras, han sufrido la barbarie que genera la ignorancia y la inopia. Siempre quedan bárbaros o manadas de bárbaros para recordarnos la parte más miserable de la condición humana.

En un tono menor, en Algeciras, nos pusieron y nos quitaron la estatua del paisano Almanzor sin que nadie dijera ni mu; y eso que hoy le habrían dado la medalla de La Palma o la de Oro, o le habrían hecho Hijo Predilecto. Estaba, mirando al mar, en las ruinas meriníes, y fue un caudillo legendario en pleno esplendor andalusí, que nació en el año 938, en la Cora, o provincia, de Algeciras, en su casa familiar (torre o "turrux") a orillas del río Guadiaro. La estatua fue erigida en plena efervescencia andalucista y llevada al ostracismo hace un lustro, en plena efervescencia conservadora. Ahí está envuelta en un plástico, en las dependencias de Emalgesa, en La Menacha, esperando, tal vez, a que cambie el régimen local y los nuevos dirigentes la recuperen como si nada hubiera pasado. La ideología mal entendida reside en todos los frentes.

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