Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Cuando Felipe II fue rey de los ingleses

Defendió el mestizaje como la gran obra de arte de los españoles al llegar a América

Amigo de Raymond Carr, profesor de Paul Preston, igual que Julian Pitt-Rivers, Hugh Thomas (Windsor, 1931- Londres, 2017) llegó a España con un salvoconducto de Gerald Brenan. En su caso, con un ejemplar de El laberinto español en el que muy joven se adentraría cuando escribió La guerra civil española, que editó Ruedo Ibérico.

Biógrafo de Hernán Cortés, noveló la vida de Moctezuma e ingresó en la Academia de Buenas Letras de Sevilla con un discurso sobre Garci Rodríguez de Montalvo, autor del Amadís de Gaula. Decía que buena parte de lo que había aprendido sobre España lo encontró en el Archivo de Indias, donde en su investigación sobre la trata de esclavos dio con un Hugo Tomás capitán de un barco con un cargamento de esclavos que hacía la ruta entre Liverpool y La Habana.

Historiador de un conocimiento enciclopédico, escribió sendas monografías sobre Cuba y México y una trilogía sobre el imperio español. Tres volúmenes dedicados sucesivamente a Colón, Carlos V y Felipe II. El señor del mundo, como tituló el libro que le editó Planeta sobre el inquilino de El Escorial que durante cuatro años llegó a ser rey de los ingleses. En su apartado bibliográfico aparecen Ramón Carande, Pierre Chaunu, Enrique Otte, Juan Gil, Enriqueta Vila o Guillermo Lohmann, el historiador peruano que todos los años cruzaba el Océano Atlántico para salir de nazareno en la Amargura.

Hay una frase en este libro que deberían leer de vez en cuando los amigos de los tópicos colonialistas y de la grandilocuencia indigenista. "El mestizaje", escribe Thomas en El señor del mundo, "fue la mayor obra de arte lograda por los españoles en el Nuevo Mundo, una mezcla de lo europeo y lo indio. A aquellos que piensen que se trata de una afirmación obvia les pediría que consideren cuán raro fue este estado de cosas entre los anglosajones y los indios de Norteamérica".

Casado desde hace más de medio siglo con la pintora Vanessa Jebb, se tomó la santa paciencia de hacer un catálogo de los más de dos mil andaluces que participaron en la aventura americana entre 1492 y 1519. Nunca entendió por qué España ninguneó la figura de Hernán Cortés con una indiferencia más ominosa que el desdén o el repudio, una reivindicación en la que Thomas coincidía con gente tan poco sospechosa de patrioterismo como Octavio Paz o Carlos Fuentes.

Si John H. Elliott se enamoró de España ante la visión en el Prado del retrato ecuestre del conde-duque de Olivares pintado por Velázquez, Raymond Carr en su luna de miel en Torremolinos, Paul Preston en un viaje a Benalmádena o Pitt-Rivers al hacer en Grazalema el primer estudio antopológico sobre un pueblo español, Hugh Thomas me contó en una entrevista, acogido por su amigo el duque de Segorbe -que el domingo ingresa en la misma Academia de Buenas Letras-, que su hechizo surgió en un viaje en tren en 1955 en el que recorrió España entera desde San Sebastián hasta Málaga. "El Talgo ha dado una lección muy importante en la historia de España", me decía. Un Escorial dinámico, humeante y ferroviario.

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