El sistema solidario mediante el cual se surte de medicamentos a la población me ha parecido, de siempre, uno de los más justos que he conocido. No entremos en disquisiciones sobre farmacéuticas, costes de producción y otros asuntos similares porque hoy, en este artículo, no vienen al caso. El caso, valga la redundancia, es que usted puede vivir en una zona donde, con suerte, tenga dos farmacias a su disposición a unos minutos en coche. Eso sí, también podría vivir (porque le da la real gana) en un lugar apartado donde adquirir la medicina le va a suponer un mayor desplazamiento. Es cierto. Pero el precio será el mismo gracias a un sistema que divide los gastos entre todos los usuarios. Es algo que nos caracteriza respecto al resto del mundo, donde este tipo de asuntos no se resuelven así. En EEUU le dirían, ¿a quién se le ocurre vivir en la sierra con lo bien que se está en la ciudad? Ese tipo de gestiones nos hacen grandes, nos distinguen, como los notarios y la Seguridad Social, pero eso, convendrán conmigo, es otra historia. Y muy nuestra además.

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