Análisis

Tacho Rufino

La otra España vaciada

Una mitad de Cataluña se encuentra ignorada y olvidada por su gobierno autonómico y, ahora, también nacionalLos indultos han servido para escarnio y nuevo desafío 'indepe'; la meta era mantener la Moncloa

Para que exista una negociación que merezca ser llamada tal debe existir lo que damos en llamar campo de negociación, un área en la que puedan dirimirse los intereses de las partes, que en casi toda controversia que aconseja un trato pueden ser de tres tipos: contrarios, compatibles y comunes. En el conflicto -que lo es, a qué negarlo- entre la Cataluña independentista y el Estado español, hay intereses contrarios de primerísimo orden -de orden constitucional-, y los hay compatibles y hasta comunes, como lo es la estabilidad social y económica de Cataluña, y por ende de todo el país. Pero, a tenor de las posiciones, no cabe deducir área de negociación. En plena Eurocopa, permitan el símil: España, su Gobierno, juega en La Cartuja aunque un poco también en el Teatro del Liceo; Cataluña, su Gobierno autonómico, juega en el Camp Nou. Y de ahí no va a salir, porque está ungido de un mandato popular y cuasi divino, por mucho que ese mandato no sea del agrado de la mitad de la población, a la que embarcan los partidos indepes en una singladura que tiene unos porqués que ya huelen a manidos, aunque sin perder un ápice de verdad. A saber: la cortina de humo sobre el entramado institucionalizado y criminógeno de los Pujol y su volatilizado partido y cortijo (masía), CiU; la envidia histórica con respecto al régimen fiscal distintivo y antiprogresivo del País Vasco, apuntalado por el terrorismo. Más otra causa nunca bien ponderada pero decisiva como ninguna: al adherirnos a la CEE, la economía catalana dependía -para ser la más rica del país- del mercado español de una forma muy mayoritaria, el 60% de sus ventas al resto de españoles, autarquizados, y menos 30% en Europa; hoy, es al revés. En este factor hay que decir que la región protegida industrialmente por el régimen franquista fue la catalana, y que la meseta, Galicia, Extremadura o Andalucía eran subsidiarias, consumidoras de bienes catalanes y proveedoras de mano de obra. Un dolor histórico que, sí, puede oler a alcanfor, pero que explica mucho de los afanes independentistas: nos sobran los parientes pobres, somos mejores y más modernos -pues claro-, y hoy un país pequeño e industrializado es el modelo de éxito en el mundo global. ¡Independencia, fascistas!

Los indultos de la concordia y la magnanimidad han sido recibidos por el cosmos antiestado con una bofetada con el revés: España -Sánchez- indulta porque sabe que la sentencia era injusta y porque sabe que las cortes de justicia comunitarias iban a revolcar aquellas sentencias del Supremo. Aquí no hay nada que negociar, métanse la concordia, la magnanimidad y todas las grandilocuencias teatreras -que lo son- por la retambufa. Mi campo de juego de juego lo pinto yo, y sólo tienen bandas y áreas para el partido de la autodeterminación. Mientras, nadie, ni el honorable Aragonès ni Pedro Sánchez tienen un mínimo gesto de concordia, de defensa y de justicia con la Cataluña olvidada y acorralada, la que no quiere separarse de España, o no ve la urgencia de tamaña apuesta. El campo de negociación de Sánchez, por cierto, también es muy particular: el patio de su casa está en la Moncloa, en mantenerse en el poder, y no en los corazones ajenos a las revanchas, que es como se llaman ahora a las sentencias por delitos tan graves como declarar una república en un Estado soberano reconocido como una de las principales democracias mundiales en calidad de libertades y derechos. Pero cuando llueve, y está lloviendo, el patio de su casa, Moncloa, se moja como los demás. Agáchate, y vuélvete a agachar, Presidente: ya lo has hecho en Barcelona. Obteniendo escarnio nacional a cambio de los votos de ERC en Madrid.

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