A los actos en memoria de Ernest Lluch, al cumplirse veinte años de su asesinato por ETA, sumamos el recuerdo de un trabajo suyo sobre Andalucía; se trata del denso prólogo al libro Andalucía en el pensamiento económico, donde se recogen las intervenciones en un curso que organicé en Ronda, con la UIMP, hace ya muchos años. Lluch se refiere a tres cosas en el texto que nos escribió; una, que era la primera vez que se trataba el pensamiento económico sobre Andalucía -no de economistas andaluces-, consiguiendo reunir a maestros relevantes e investigadores jóvenes. Esto era cierto, y siempre recordaré cómo se conocieron en Ronda Marjorie G. Hutchison, baronesa Schlippenbach, la gran investigadora del pensamiento económico español, y Gonzalo Anes, presidente de la Real Academia de la Historia; para ello fue esencial contar con el profesor Rogelio Velasco Pérez, al que Ernest Lluch dirigía su tesis doctoral sobre el movimiento librecambista.

Lluch decía que la importancia de Andalucía dentro de España hacía imprescindible su conocimiento para esclarecer alguno de los grandes temas españoles, y en concreto cómo la resolución de la estructura de la propiedad en Andalucía es un elemento central en la historia de España; en efecto, la defensa de la gran propiedad en Andalucía se fundaba en motivos de eficiencia productiva, aunque a diferencia de Europa no se diera la inversión, tecnología y organización para ello, y fue más bien un impedimento para la industrialización. Pero lo más interesante -el tercer tema- es la discusión entre proteccionismo y libre comercio, explicando que se daban las dos corrientes tanto en Andalucía como en Cataluña, vinculadas a intereses industriales, o comerciales -caso de Cádiz-, lo que no impidió que en esta discusión apasionada se considerara a Cataluña "a los ojos de todos los españoles como un símbolo del egoísmo capitalista y un pretendido peligro para la unidad del país". Señala también cómo paradójicamente este análisis del librecambismo andaluz se hace por historiadores catalanes; es muy de Ernest Lluch esta forma de presentar las distintas vertientes de los temas y sus contradicciones, pues para él no hay correlación entre el liberalismo político y el económico, y no todas las defensas de la libertad de comercio o de la protección son iguales; nosotros, por ejemplo, hemos defendido en las últimas décadas apoyos e inversiones para el poderoso turismo, pero hemos renunciado a proteger la débil industria.

El prólogo concluye con una reflexión sobre el sentido de estudiar la historia, y Lluch viene a decir que quedarse anclado en el pasado y sus interpretaciones tiene escasa utilidad, si no es para generar actitudes que superen rémoras, potencien instituciones y creen una sociedad y economía nueva. La última vez que lo vi fue en Santander, cuando era rector de la UIMP, y nos invitó a comer al profesor Braulio Medel y a mí, que impartíamos un curso sobre economía social y cooperativa; alguna vez hemos recordado con tristeza aquellos momentos tan estimulantes intelectualmente, y la imagen imborrable de Ernest Lluch como persona erudita, conciliadora, la antítesis de la intransigencia y las posiciones cerradas ante las teorías y los problemas reales.

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