Tumbado al sol en la playa, llegó a mi vera una ruidosa familia dispuesta a pasar el domingo con todos sus complementos: la mesa de camping con un bote de ketchup en lo alto, dos neveras llenas de picadillo de tomate y cerveza y unas cuantas sombrillas, alguna de las cuales salió volando al poco de ser clavada. Algo que me chocó porque se les veía totalmente capacitados para dominguear en la costa. Pero más aún me descuadró la indolencia con la que llenaron de hielo las neveras y dejaron marchar, a merced del viento que se acababa de llevar por delante uno de los parasoles, sendas bolsas de plástico. Debo reconocer que me llevaron los demonios, pero al final acabé tirando de templanza, me levanté hacia la orilla y las recogí. No tenía ganas de montar una escena ni es mi labor domesticar a domingueros, pero constaté que aún nos queda mucho por avanzar como sociedad.

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