Dicen que los niños están convencidos de que sus padres, cuando les dejan en la puerta de la guardería, se quedan allí esperando a que llegue la hora de recogerlos. Creen que sus progenitores no tienen otra cosa que hacer en la mañana que aguardar la salida de sus hijos, y por eso quizás algunos lloran desconsolados e insisten en que les abran la puerta para verlos de nuevo. Es un ejemplo de desconocimiento, en este caso inocente porque el mundo de los pequeños se circunscribe a lo que ven y a lo que se pueden imaginar a medida que crecen y que descubren, para bien o para mal, lo que les rodea. Pero más peligroso, y ya nada inocente, es el desconocimiento en el mundo de los adultos, la rechazable costumbre de opinar a los cuatro vientos sin contrastar lo que decimos, sin escuchar la postura del otro y dando como válida la primera versión de cualquier cosa que nos haya escandalizado.

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