El Algeciras CF vivió el pasado domingo otra tarde aciaga en el templo algecirista. De sobra es sabido el esfuerzo que ha hecho el club para hacer una plantilla de garantías que luche por los puestos de playoff, pero se está viendo que ese esfuerzo lo ha detectado la plantilla como una presión añadida.

El equipo encara los partidos con muy buena disposición, bien conjuntado, ordenado y mostrando la calidad que atesora, pero en cuanto sufre un revés, entra en un estado de ansiedad que le impide mostrar su buen hacer, mostrándose un equipo sin alma, sin ideas; en definitiva, un querer y no poder.

La semana pasada en Córdoba ya se vio reflejado en una segunda parte donde se vio superado por el rival y no supo reaccionar, pero era una derrota tras la que, aunque cortara la racha positiva desde la llegada de Emilio Fajardo al banquillo, se le ganaba el golaveraje y tenía en casa un partido para meterse de lleno en la pelea por los puestos que dan acceso a jugar por subir.

En el partido del pasado domingo contra el Ciudad de Lucena se vio otra vez el mismo reflejo en la segunda parte, en la que dos errores puntuales condenaron al Algeciras y ya no supo reaccionar. A ello se unió la presión de ganar debido a los resultados que favorecían para acercarnos de nuevo a los puestos de privilegio y el runrún de la grada y el equipo mostró su peor cara.

Ahora nos quedan ocho partidos por delante, las sensaciones que nos dejan estos dos últimos no son nada halagüeñas de cara al objetivo final de estar en la puja por el ascenso, pero como dice Emilio Fajardo, mientras las matemáticas no digan lo contrario, el equipo tiene que seguir intentándolo.

Es momento de resolver el problema mental que sufre el equipo. Solo así podremos pelear hasta el final por conseguir el objetivo.

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