Análisis

manuel campo vidal

Crispación política, moda de otoño

En un país que conmemora todo -y en Cataluña mucho más porque se abusó del adjetivo "histórico" hasta desgastarlo- el aniversario de la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) en el Parlament ha pasado sin pena ni gloria. Grandes reportajes de reconstrucción de aquellas tensas horas, pero ninguna exaltación. Era de esperar. Si Clara Ponsatí declaró que "jugábamos al póquer e íbamos de farol"; si el periodista Jordi Amat publicó La conjura de los irresponsables, que resume en su título las docenas de libros aparecidos; y si tantas pruebas se acumulan para demostrar que nada estaba bien preparado, nadie sale a reivindicar aquel día porque no prestigia pertenecer a aquel batallón de prestidigitadores. Es significativo cómo columnistas secesionistas se autodenominan ahora "independentistas críticos": críticos con la chapuza, aclaran.

Otra cosa es que esté viva la herida del 1-O que alimentará durante décadas al independentismo y perseguirá a Rajoy. Los políticos reivindican ese día de desafío y de represión como aniversario y tratan de ignorar el 27 de octubre, fecha de esa declaración. Y olvidan deliberadamente el 6 y el 7 de septiembre cuando se quebró la legalidad en el Parlament y comenzó el desatino que convirtió los siguientes 30 días en un período dramático. Y no olvidemos que el Gobierno central perdió la partida mediática en el exterior sin disputar el encuentro, con los embajadores y los agregados de prensa sentados en el banquillo. Los independentistas saben ya que era mentira que Europa los esperaba, pero cierto es que algunas opiniones públicas y numerosos medios extranjeros ven ahora con mayor simpatía la causa secesionista. A tener en cuenta.

Coincide este aniversario no celebrado (salvo por Puigdemont y Torra) con un recrudecimiento de la dialéctica agresiva en la política española a límites desconocidos. Ni la crispación como estrategia de Aznar contra González alcanzó las descalificaciones de su pupilo Casado contra Sánchez. Llamar golpista al presidente porque en la moción lo apoyaron independentistas es un salto cualitativo que presagia tiempos muy alterados. En el actual PP lo celebran como prueba del liderazgo. Pero no crean que en el Gobierno lo lamentan demasiado. Lo atribuyen a su inquietud creciente porque los sondeos no le van bien. Sin contar los datos del CIS de Tezanos, que sus colegas demoscópicos cuestionan, se reconoce que a Casado le fue bien en julio y agosto pero pinchó en septiembre y octubre. Cuanta más radicalización, mejor para Sánchez y para Rivera, a quien se le abre la posibilidad de recentrarse y de ganar el liderazgo del centro derecha. Quizás mejor para algunos políticos, pero nefasto para el pais. A la crispación contribuye Tardà, empeñado en que "Casado, si pudiera, nos fusilaría, a diferencia de Rajoy, que nos metería en la carcel".

Hay una tendencia a fabricar tuits en el Congreso en vez de discursos y a buscar la aclamación en la redes más que entre el electorado templado, imprescindible para gobernar. "Es el efecto Rufián", como define Lucía Méndez. "Esto me distancia de los políticos", comenta Pepa Fernández. "Habrá que distinguir entre golpe de Estado y golpe al Estado", precisa Fernando Ónega, alarmado por la escalada verbal. La ciudadanía quiere políticos, no tuiteros con escaño. La crispación es moda otoñal, y nos tememos que invernal también.

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