Análisis

carmen pérez

Universidad de Sevilla

¿Colapsará la banca?

Hasta dónde pueden caer las cotizaciones bancarias? Seguro que muchos de nosotros nos hemos hecho esta pregunta estos días pasados al verlas caer y caer de forma importante. Y no sólo respecto a la banca española, sino a toda la europea. Las debilidad del sector lleva mucho tiempo mostrándose. Desde el gran batacazo de hace 10 años los bancos han recuperado algo de valor en varias ocasiones, pero sólo temporalmente. Sus cotizaciones ahora están prácticamente en los bajísimos niveles en los que cayeron entonces, incluso muchas en mínimos históricos. Una inversión de 100 euros replicando el índice Euro Stoxx Banks en 2008 se hubiera convertido en este enero en 40 euros. Y durante este año ha ido a peor: el sector está soportando una ola de ventas -un sell-off, en la jerga bursátil- en toda regla.

La baja rentabilidad es la causa y no hay visos de que pueda mejorarse en el futuro. Les perjudica el entorno de tipos de interés bajos que va a proseguir durante un largo periodo de tiempo. Y en septiembre se espera que el Banco Central Europeo baje el tipo de depósito -hasta el -0,50%-, y aunque lo haga de forma escalonada tendrá un impacto negativo sobre sus márgenes. Además, el deterioro de las perspectivas macroeconómicas también afectará al ritmo de crecimiento del crédito. El miércoles la agencia estadística Eurostat confirmó el frenazo de la economía europea y Alemania anunció la contracción de su economía. Italia está estancada y Francia creció un exiguo 0,2%.

El BCE, en el Boletín de Supervisión Bancaria de agosto, aborda este problema: "La rentabilidad está mejorando, pero no lo suficiente". En 2018 la rentabilidad se elevó, nos dice, pero de forma escasa y sin calidad, porque sólo se debió a que ya no soportan tanta carga de la crisis y porque el entorno macroeconómico fue favorable. Pero en esto ya hay poco espacio para la mejora; a la vista de las perspectivas, al contrario. Los bancos necesitan imperiosamente hacer cambios estructurales que conlleven mejorar la eficiencia, generar ganancias -subir los ingresos y bajar costes- acordes a su nivel de riesgo, y así garantizar su sostenibilidad.

Los supervisores no ocultan su preocupación por la fragilidad de la banca. No es para menos. Todos tenemos reciente los enormes costes que suponen cuando entran en crisis, por el apoyo directo que hay que suministrarles y, más aún, por los efectos devastadores que provocan en la economía y, por tanto, en la sociedad. En el magnífico libro El Traje Nuevo del Banquero, Anat Admati (Universidad de Stanford) y Martin Hellwig (Instituto Max Planck) defienden que habría que obligarlos a tener mucho más capital y a recurrir menos al endeudamiento para que fueran más seguros. Pero a ver cómo incrementan sus ratios de capital con esa baja rentabilidad.

Si ya no son atractivos para los inversores, menos lo serían reteniendo ganancias a costa de disminuir los dividendos. Y es una locura que intenten captar en las condiciones actuales nuevo capital propio. Sin solidez y sin rentabilidad siguen subsistiendo. Y empieza a no ser un escenario descabellado que los estados tengan que hacerse cargo de ellos si las cotizaciones siguen cayendo.

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