No sé si soy yo, maestro, o son los demás. El que caso es que no pocos -ahí están, saliendo por millares de sus vainas- parecen no entender que un chiste es un chiste, por muy zafio o insultante que resulte: el humor tiene una fecha de caducidad corta y, dentro de esos límites, lo rancio termina extinguiéndose aún más rápido. No sólo es que los chistes de Arévalo hoy nos den vergüenza: es que el humor de los entremeses del XVII no lo vemos por ningún sitio. La pandemia de ofendiditos es tal que se ha llegado a criticar que el actor del próximo El hombre elefante no tenga discapacidades físicas. En tal escenario, nuestro rincón de realismo mágico particular -Galicia: Andalucía es más de gótico sureño- hace un ejercicio sublime, aupando y desmontando, a la vez, todo el chiringo. Una empresa láctea ha promocionado un "paso de vaca" como cruce para peatones en A Coruña: "La cebra -dicen- no nos representa". Ovación.

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