Sean bienvenidos sin más. No pensemos en los problemas que nos puedan traer. Las personas en riesgo de muerte nunca son un problema, sino una obligación moral, grandiosamente humana, para todas las demás que quieran seguir llamándose personas. Ni siquiera especulemos con que es una operación de propaganda del nuevo presidente de Gobierno. No hagamos, no ahora ni todavía, de analistas de relaciones internacionales, de diseccionadores del futuro de la vieja Unión Europea. No dejemos aflorar nuestros acomodados miedos. Ahora, dentro de un par de días, cuando recibamos en el puerto de Valencia a los más de 600 hombres, mujeres y niños (¡123 viajan solos!) que han hallado un rumbo de esperanza, limitémonos a abrir los brazos, a consolar, a abrir una pequeña puerta de futuro a quienes lo arriesgaron todo. Démonos el placer de ser lo que siempre deberíamos ser.

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