Análisis

Tacho Rufino

Barnier y la UE, qué otra cosa

La negociación entre Reino Unido y la UE en la transición final del 'Brexit' puede beneficiar a España en asuntos como la pesca'Brexit': de nuevo la Europa comunitaria es el verdadero soporte de los intereses nacionales

Ver en la tele a Josep Borrell decir que "los acuerdos siempre se alcanzan en el último segundo, siempre" es como oír a un boxeador sin pegada, pero que fue ganador a los puntos muchas veces, decir que los combates se ganan en el último asalto. El Alto Representante de la Unión Europea de Exteriores y Seguridad ha afirmado eso acerca de las negociaciones de la Europa comunitaria con Gran Bretaña, en pleno toma y daca entre ambas partes en la transición final del Brexit. Borrell es, o más bien fue, un político de altura, pero no un ganador. Ha ocupado cargos de primer orden, incluso en su partido o expartido, el PSOE, en el que se granjeó la antipatía del aparato militante, bien puede que por su soberbia y su incapacidad de aglutinar voluntades y aspiraciones. Ya es mayor, y en su actual cargo -cargazo teórico- es un actor secundario: el actor principal es Barnier. El francés es el verdadero negociador con el que cuenta la presidenta no electa -nadie lo es el la plantilla ejecutiva de la UE-, la alemana Ursula Von der Leyen. Que los acuerdos siempre se sustancien en el último momento recuerda a aquellas negociaciones algo etílicas y muy trasnochadoras en las que Jacques Delors porfiaba con la candidatura española para dirimir las condiciones de la adhesión de España a la CEE, hace 35 años. Si observamos a las dos partes en este divorcio europeo, las huestes de un Boris Johnson que ha metido a su país en un gran e innecesario embrollo y las de una Unión Europea en la que el eje franco-alemán es el baluarte indiscutible, Barnier es la joven esperanza blanca de la parte continental. Aunque tenga 69 años. Pero joven, por fuerte. Nada que ver con un Borrell descontado, dando titulares fatuos.

Las Islas se han tirado a la piscina con el Brexit. Y sobre todo lo han hecho con su principal activo global, la City financiera de Londres, en la que trabajan alrededor de 700.000 personas, muchas con alto nivel profesional, y que reporta al Reino Unido las economías suculentas del efecto sede (12% de su PIB). La Gran Cámara de Compensación financiera europea irá desplazándose hacia Fráncfort, París o La Haya; gravísimo daño para la economía británica. Boris Johnson apostó por la ruptura y la splendid isolation victoriana renovada en el XXI, de la mano de un proyecto panaglosajón que lideraba un muerto político, como es hoy Donald Trump. Ahora parece que le tiemblan las piernas. En frente tiene a Barnier, que además es un negociador con mejores cartas que las del simpaticote 'premier' teñido.

España puede verse beneficiada en este estado de cosas. La pesca es un asunto importante. Gran Bretaña juega con sus aguas para obtener otras contraprestaciones, y aspira a ser una nueva Noruega en la cuestión pesquera, es su baza. Para nuestro país es un sector que, aunque cuenta con un peso menor en el PIB nacional, es muy importante social y económicamente para amplios territorios de Andalucía, Galicia o el País Vasco. Y para la dieta de los españoles, asunto que no es menor, aunque pudiera parecerlo. España no es que esté en condiciones de sacar pecho en esto, porque el pecho español está encogido con un contexto institucional cuya imagen provoca desconfianza en el exterior. Pero resulta que hay otros estados miembros a los que la pesca les importa tanto como a nosotros. Desde una Holanda tan anglófila como, a la postre, aguerrida contra los británicos ahora en esto, hasta por supuesto Francia, más Bélgica y los países escandinavos. Cantaba Siniestro Total que menos mal que nos queda Portugal. Pues menos mal que nos queda la Unión Europea, y Barnier. No Borrell, ni los ministros españoles de Pesca o Exteriores. A los acuerdos no se llega en el último segundo. A los buenos acuerdos, no.

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