Análisis

manuel campo vidal

Atrapados en una crónica negra

La población española, y en especial la de Madrid Comunidad, que viene la ser algo más de su sexta parte, asiste a la vertiginosa actualidad como si fuera el público cautivo de un cine con cuatro pantallas de emisión simultánea. En la primera se ven los apuros de un avión que pierde altura; en la segunda echan una de cloacas policiales; en la tercera, un programa de insultos políticos; y en la cuarta, un baile de cifras económicas como ducha escocesa, aunque con más frío que calor.

"Estamos estremecidos como los pasajeros de un avión que pierde altura, mientras los pilotos siguen discutiendo en la cabina qué hacer", clamaba Iñaki Gabilondo en la SER. Ésa es una película de emoción muy cara en costes humanos, con el horizonte muy crítico dentro de tres semanas, según se transmite en voz baja: "Las funerarias refuerzan sus contrataciones". Madrid concentra casi siete millones de habitantes y recibe cada día para trabajar a 160.000 personas de otras provincias. Las autopistas y el AVE hacen esos milagros. Son datos de la Encuesta de Población Activa. El escenario perfecto para recibir y exportar contagios. Pero la bronca política no amaina.

En la segunda pantalla proyectan miserias policiales y de la política corrupta. "No hay texto literario más explosivo que las conversaciones literales del ex comisario Villarejo en las cloacas policiales", advierte Antonio Muñoz Molina. De momento, reportajes y documentales; muy pronto, películas y series de televisión para retratar la zafiedad de lo ocurrido con el caso Kitchen, Púnica, Tándem y otros escándalos. Con sus protagonistas tan próximos, entrando y saliendo de los juzgados y de la cárcel. Continuará.

En la tercera pantalla, casi de forma permanente, el hemiciclo del Congreso de los Diputados. En la sesión de control del Gobierno del miércoles -que según Fernando Ónega bien podría llamarse la "sesión de insultos del miércoles"- se representan todas las tensiones y conflictos. Van desde la batalla del Consejo del Poder Judicial, con su presidente Carlos Lesmes (ya prorrogado dos años) como activo protagonista político, al culebrón independentista catalán, que reaparece como celoso de que la pandemia le robe portadas. La semana pasada, por un día, las noticias del New York Times sobre España no hablaron de nuestra capitalidad europea del Covid, sino de Cataluña, por la inhabilitación de Torra. Menudo alivio.

Y en la cuarta pantalla, un río de porcentajes: el turismo que se vino abajo un 80% en agosto; las operaciones aéreas, en mínimos; las cifras de los ERTE disparadas y pronto insostenibles; las pensiones tambaleándose; a peor, las previsiones para España del FMI y de la UE; y, como un mazazo, la deuda pública española alcanzando el 110% del PIB, diez puntos más que antes de la pandemia. Menos mal que el empleo creció en septiembre más de lo esperado, un soplo de esperanza.

Con estas cuatro pantallas emitiendo sin tregua, la ciudadanía se restrega los ojos, o se los tapa; quiere salir de la sala, pero no puede. Es su vida la que se retrata en esas imágenes. Es la crónica tensa de este 2020 que soñamos con superar para que 2021 nos traiga vacunas contra el Covid y una recuperación de la economía mundial. Que no sea una prórroga de este año fatídico, con el que no contábamos.

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