Cultura

La vida en tiempos de Mao

  • En 'Una vida en China' (Astiberri), Lin Kunwu hace un repaso sobre su infancia y juventud, entrelazándola a la historia de su país, formando un todo inseparable entre las vivencias personales y los hechos reales

Cuando Mao Zedong se hizo cargo del gran navío chino, en 1949, el país salía de una cruenta Guerra Civil que había estallado tras el fin de una no menos violenta contienda contra Japón que, a su vez, coronaba el convulso período que siguió a la instauración de la República en 1911. Por desgracia, el 'Gran Timonel' no llegaba para romper la cadena de desastres, como se supo más tarde, sino a perpetuarla por otros medios. A pesar de sus pretensiones socialistas, Mao Zedong se invistió del rango de semidiós ante sus conciudadanos y comandó un cambio de rumbo político que acabaría dejando malamente tirados en mitad del camino a millones de camaradas. Mao impuso un tiempo de sacrificios y excesos que pagaron los más débiles -según una norma no escrita pero aplicada de manera sistemática desde hace siglos- e inculcó un nacionalismo que ha ido aquilatándose, generación tras generación, hasta alcanzar la grosería, como tuvimos ocasión de comprobar durante las Olimpiadas de Pekín de 2008. El aparato de propaganda continúa falseando aspectos nimios de la sociedad con tal de ofrecer una imagen refulgente, no importa si inverosímil, de la nación china. Mao Zedong se habría sentido orgulloso de sus herederos.

Una vida en China -recién publicada por la editorial Astiberri- evoca la infancia y juventud de Li Kunwu, entrelazándolas a la Historia de su país, formando un todo indivisible. Su padre fue un secretario del Partido, luego caído en desgracia, entre cuyos cometidos estaba llevar las consignas del socialismo a un pueblo que aplaudía su facundia, no el mensaje, que no comprendía. En una de estas campañas, aquel buen hombre conoció a la futura madre del autor, una campesina que sabía leer y escribir y a quien, excepcionalmente, no habían vendado los pies según una tradición muy arraigada entonces en las zonas rurales (Y aún no erradicada: en septiembre de 2001, durante una visita a la Gran Muralla, pude ver a mujeres que han sufrido esta vejación; no caminaban sobre pies pequeñitos, lo hacían sobre muñones). Li Kunwu vino al mundo en 1955, en plena revolución, en el seno de una familia revolucionaria, y las primeras etapas de su vida se corresponden con los hitos del programa de Mao. Su niñez transcurrió durante lo que llamaron el 'Gran Salto Adelante', una serie de acciones de masa destinadas a dotar a China de un cimiento industrial parejo al de las potencias occidentales. La gestión de los recursos fue pésima: arrasaron bosques y sembrados, arruinaron el suelo y arrojaron a la población a una tremenda hambruna que ésta vivió en una paradójica euforia; la propaganda, incapaz de llenar las barrigas, atiborraba sus cabezas con cifras exorbitantes de milagrosas (e inexistentes) cosechas.

La adolescencia de Li Kunwu se corresponde con la temible 'Gran Revolución Cultural', una absurda, de no ser atroz, reeducación ciudadana que, para apagar todo conato de aburguesamiento, obligaba a la ciudadanía a olvidar cuanto sabía e ignorar cualquier manifestación cultural anterior al adviento de Mao. O sea, se pretendió hacer añicos, metafórica y literalmente, una cultura milenaria sobre la que se cernía la sombra del descrédito y la paranoia. El rencor cogió la delantera. Hubo delaciones por desafección al socialismo que hoy (también entonces) claman al cielo. El ciudadano debía responder ante el Partido por sí mismo y por la parentela, al menos, de tres generaciones atrás. Los hallados culpables de "burguesía" eran confinados, conducidos al campo, obligados a aprender de la vida campesina y las ciudades quedaron a merced de quienes tuvieron la suerte o la astucia de evitar los cepos ideológicos. En semejante contexto, no extraña que el gran afán de Li Kunwu, cuanto tuvo edad, fuera alistarse en el Ejército Rojo. Mao Zedong invitaba a hacerlo y sus palabras eran sagradas.

Una vida en China es una novela gráfica diferente, pero no por contar una historia diferente. Por una parte tenemos un relato donde se expone sin concesiones, sin saña, cómo vivió engañado un país a lo largo de más de tres décadas; por otra, una obra donde prima la intensidad, no la perfección del trazo. Lo suyo no es exactamente desmaño, sino desgarro, aunque en el enfoque predomine la mesura. Tanto como la continuidad, el artista valora el instante, el fogonazo, esa vaharada en la que se condensa una emoción, una revelación, una idea. De la tradición pictórica oriental, Li Kunwu retoma la valoración del espacio vacío y de la época que le tocó vivir, una imaginería heredada de la propaganda a la que inyecta una gran dosis de humanidad. El lector avezado encontrará un testimonio de primera mano, de un valor incalculable, y una invitación a comprender un país llamado a ser uno de los grandes protagonistas del siglo XXI.

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