Cultura

Un viaje inolvidabLE

  • 'Vacaciones en Roma', el romántico cuento de La Cenicienta vuelta del revés, cumple 60 años

Pocas cosas resisten a la danza cruel de los relojes. Pero los primeros planos de Audrey Hepburn en su debut como protagonista en la gran pantalla bailan por bulerías sobre el tiempo. Pisotean las agujas. Silencian los tic tac. Hasta volverse inmortales. Sesenta años han pasado del estreno de ese cuento vuelto del revés que es Vacaciones en Roma. Sesenta años desde que la joya descubierta por Colette (¡ella es mi Gigi!) llegara al cielo de las estrellas para quedarse. Pero el inolvidable viaje a Roma que nos propuso William Wyler hace más de medio siglo supuso mucho más que el milagro del nacimiento de una de las presencias más magnéticas del cine. Fue la primera comedia del duro Gregory Peck. Fue la primera película norteamericana rodada en suelo europeo. Y fue, y es, una de los más bellos relatos de amor que nos ha dejado la historia del cine.

Vacaciones en Roma fue, es, la comedia romántica perfecta. Y eterna. Como la mirada de cervatillo de su protagonista. Como la ciudad, también intacta al desafío de los relojes, que envuelve a la pareja imaginada en un principio para otros pesos pesados del Séptimo Arte como Liz Taylor y Cary Grant, entre otros. Quizás Frank Capra, el realizador que en principio iba a dirigir el proyecto, ya tenía en mente al galán con el que había trabajado en Arsénico por compasión.

Pero Wyller acertó. Con sus actores y con su cabezonería de rodar la cinta en la Ciudad Eterna. Porque el cuento de hadas, o el anticuento de hadas, según se mire, sólo toma profundidad con el latido, la respiración, la palpitante vida de la Roma de los cincuenta, llevada a la pantalla con alguna pincelada, algún atisbo, del neorrealismo italiano imperante en el cine de la Italia de posguerra.

Vida que se respira a lo largo de toda la cinta rodada durante el año 1952 y estrenada en 1953. Pero tomar un helado en las escalinatas de la Plaza España, pasear en Vespa por la Vía del Teatro di Marcello y, cómo no, hacer la broma de Peck en la Bocca de la Veritá van más allá del envoltorio de la historia de amor entre la rebelde princesa Anna y el desencantado periodista americano Joe Bradley. Porque Vacaciones en Roma inventó instantáneas recreadas millones de veces por turistas y locales que se adentran por los rincones de la capital de Italia. El poder evocador del cine. La supremacía de la Fábrica de Sueños en unos oscuros cincuenta en los que en España íbamos despidiéndonos poco a poco de la cartilla de racionamiento.

Tuvo que ser como un milagro. Ser testigo de la impresionante sonrisa que pone la guinda a uno de los cambios de look más celebrados del celuloide. Un corte de pelo que también es un corte con la Corte. Aunque sólo sea por 24 horas. Aunque las campanadas que dan la medianoche significan para nuestra Cenicienta que debe volver a Palacio. Porque la princesa Anna no quiere ser princesa. Y Roma se convertirá en el destino de unas vacaciones de sí mismas. Porque se siente más plena en una Vespa (su calabaza) que en su regio carruaje. Porque Joe está atrapado en la corresponsalía de una ciudad que lo asfixia y la frescura de esa joven extraña, que se fascina con la más mínima situación cotidiana, significa, también para él, unas vacaciones del tedio de sus días. Significa oportunidades. La oportunidad, primero, del reportaje de su vida que lo llevará al estrellato. La oportunidad, después, de conseguir el amor. Las doce campanadas también son el final de un sueño para Joe con quien nos quedamos en el descorazonador travelling final. Porque Vacaciones en Roma también es una película de oportunidades perdidas sin que esto nuble su otra intención, una invitación constante a la vida. Aunque todo no resulte como uno espera...

Una buena historia de Dalton Trumbo, víctima de la Caza de Brujas de McCarthy, que finalmente utiliza como tapadera el nombre de su amigo Ian McLellan Hunter. Unos 50.000 dólares, bastante para la época, se dice que se pagó por este relato.

Bien rentabilizados en taquilla aunque en los Oscar de aquel año se alzara vencedor el drama De aquí a la eternidad, llevándose ocho estatuillas Vacaciones en Roma se conformó con tres galardones, Mejor Actriz, para Audrey Hepburn (¡vaya debut protagonista!); Mejor Diseño de Vestuario en blanco y negro y Mejor Idea Original (a Hunter, bueno, a Trumbo).

Y es que Vacaciones en Roma es un filme que ha ganado con los años, el tiempo le favorece y las relecturas. Son curiosas las reflexiones de hace sesenta años de temas tan dispares como la ética periodística, el sentido de la responsabilidad, la invitación a la vida constante, la idea del amor puramente romántica, un amor que es perfecto porque es imposible, porque no está manchado con las refriegas del día a día... Y el ideal de ciudad. Roma, como parte del sueño de los protagonistas.

Le favorece el tiempo a esta película. Con sus anécdotas que ya son legendarias. La improvisación de Peck en la Boca de la Verdad que hace saltar el abrazo sincero de Hepburn; la belleza de la actriz potenciada con negroni; el caluroso verano que les amargó el rodaje; que Hepburn estuviera en los créditos principales gracias a su partenaire; que en la rueda de prensa final aparezcan los dos corresponsables en Roma de ABC (Cortés-Cavanillas) y La Vanguardia (Julio Moriones); que el actor conociera en el rodaje (durante un descanso en París) a la mujer con la que pasaría el resto de su vida...

Vacaciones en Roma es un viaje inolvidable que resiste al indolente paso del tiempo.

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