Cultura

Del tiempo y la ironía

  • Una muestra aspira a ampliar el recuerdo de un artista singular tanto por sus obras como por su concepción de la práctica artística

Varios artistas. Galería Mecánica (Cabeza del Rey Don Pedro, 15), Sevilla. Hasta el próximo día 15.

El dibujo, algo más de dos metros de alto por metro y medio de ancho, sólo recoge un rostro bien conocido. Marcel Duchamp está ahí, en carboncillo, sobre el papel, tomado estrictamente de frente. Su expresión es la de alguien sorprendido en una falta. Aunque sus labios esbozan una sonrisa falsamente reprimida. Su figura, en todo caso, vibra entre sorpresa y complicidad. Todas estas fantasías se suceden a la vista del gran dibujo de Miguel Scheroff, nacido en La Carolina hace 23 años. Evidentemente ha trabajado sobre una fotografía, pero su intención no es llevar al trazo y al carbón la literalidad de la imagen, sino conceder un espacio a la ironía: ¿qué hace el combatiente por un arte de ideas y fustigador de pinturas retinianas alimentando ilusiones visuales y dando pábulo a las torpes células del fondo del ojo?

La ironía marca muchos jalones en la historia del arte y el más cercano quizá a nosotros sea el que fijaron los románticos, incluyéndola en la misma obra de arte. Con la ironía buscaban relativizar la obra: un cuadro o un poema no eran sino fragmentos cuyo valor era sobre todo señalar cuanto se oculta en las palabras y las cosas que nos rodean, y que casi nunca somos capaces de ver. Por eso querían relativizar la obra de arte y sugerir que éste podía encontrarse fuera de las puertas del museo, entonces recién nacido. Duchamp hizo también suya la ironía invitando a ver arte en objetos prosaicos pero capaces de mover la fantasía. Scheroff ironiza a su vez sobre los devotos de Duchamp, sugiriendo que el arte está más allá de dogmatismos.

La ironía también sobrevuela las obras de López Bosch (Madrid, 1980), al convertir el cuervo de un conocido cuadro de Velázquez en una figura de fibra que, con un queso industrial en el pico, aparece en un halo de neón y no en luminosos celajes de aquel cuadro. Aquí la ironía apunta a nuestra cultura que estetiza compulsivamente la vida a la vez que se somete al diktat del mercado y al culto a la mercancía.

Otro integrante de esta muestra polifónica (seis autores, tres comisarios) es el tiempo. Clara Ortega (Málaga, 1984) lo sugiere con tres automatismos: la cámara que registra las imágenes, el reloj que imprime la hora en las fotos y el nadador que gira el cuerpo en el muro final de la piscina. Los tres aluden a un modo de vida, el nuestro: tejido por apretada malla de horarios, plazos y citas, se olvida del tiempo propio del individuo, porque a la ocupación sólo contrapone el tedio.

El tiempo también protagoniza los trabajos de otros dos autores. Víctor M. Fernández (Madrid, 1978), al indagar y recoger en pequeñas fotografías parajes de los campos de exterminio nazis combate la desmemoria e indirectamente inquieta la que padece este país nuestro donde algunos pretenden que nunca hubo dictaduras ni represiones, aunque parte importante de nuestra agricultura surja del trabajo forzado de quienes fueron penados por sus ideas. Manuel A. Domínguez (Huelva, 1976) reflexiona sobre un tiempo que podríamos llamar vertical porque es aquél que sedimenta nuestra identidad, aquél en el que poco a poco se va haciendo aquello que llegamos a ser. Dotando de atuendos femeninos las imágenes viriles (futbolistas, soldados) de viejas fotos, señala que la identidad sexual la produce la cultura más que la naturaleza.

La obra de Beatriz Ros (Málaga, 1984) se separa de las demás por su ambición y también por su riesgo. Ella misma protagoniza sus video-performances haciendo que su cuerpo se sumerja en el trigo o parezca elevarse emulando la levedad de unas telas. No teme cultivar la belleza ni explorar los umbrales de la expresión. Hace que el tiempo sea sobre todo ritmo (sirviéndose inteligentemente de la música) y recobrando el temple de la ironía romántica porque sus vídeos son ante todo fragmentos.

La exposición es la presentación de una nueva generación de autores andaluces. No son los únicos pero, como frutos de una época, señalan que es éste un tiempo más inquieto que lo que muchos piensan. Tendrán a buen seguro que enfrentarse a dificultades: las exigencias de los mercados van a recaer y mucho sobre el arte (los holandeses han creado ya un neologismo al respecto) pero no faltan ganas de hacer. Así se advierte también en El Butrón, un espacio de encuentros inaugurado con una amplia muestra de arte donde jóvenes y veteranos apuestan por un espacio de libertad frente a las imposiciones del dinero que hace recaer hoy sobre todos las pérdidas de las que ayer se beneficiaron unos pocos.

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