Cultura

El siglo que se nos fue

  • El sello Austral sigue enriqueciendo la biblioteca dedicada a Francisco Umbral Ahora rescata el último libro que el escritor madrileño publicó en vida, 'Amado siglo XX'

Amado siglo XX fue el último libro que Francisco Umbral publicó en vida -póstumos han aparecido otros- y leyéndolo se percibe cuánto tenía de testamentario. En el prólogo a esta nueva edición de Austral, Eduardo Martínez Rico afirma que se trata de "un libro crepuscular, de despedida, en el que Umbral dice adiós a su siglo, al cual se sentía pertenecer, al mismo tiempo que se despide del mundo, de los lectores y de sí mismo". A Umbral se le acababa el crédito de los días y se prestó a añadir un postrer eslabón a la cadena -que no sería el último, ya digo- bajo el engañoso aspecto del ajuste de cuentas. Amado siglo XX es en realidad un repaso, resumen y comentario de cuanto de interés se le fue cruzando en el camino y ocupó alguna vez un hueco en una página suya. Es un libro impulsivo -escrito a partir del simple impulso de escribir, digo-, un libro sin un plan previo o una estructura definida. Umbral -"un hombre poseído por los demonios de la escritura", según él dijera de sí mismo- deja la inspiración a merced de la memoria, se deja arrastrar por ella, mecer, abrazar, e incurre inevitablemente en sus faltas.

En algún pasaje he encontrado varios yerros consecutivos, como cuando, tras lamentar la ausencia de una Historia del Cine accesible al lector, escribe: "Truffaut tiene una biografía magistral de Hitchcock que es un libro perfecto, sí, pero solitario, aislado y discipular, pero ignora lo que le conviene para no perder la pista a su gran maestro Hitchcock, discípulo a su vez de Kubrick". Arrojemos un poco de luz: ni el de Truffaut es una biografía, sino un libro de entrevistas en el que se habla exclusivamente de cine, ni a ningún cinéfilo medianamente iniciado le cabría en la cabeza colocar a Alfred Hitchcock a la sombra de Stanley Kubrick: el inglés había entrado en el mundillo treinta años antes y, para cuando Kubrick alcanzó proyección internacional, Hitchcock era un cineasta que no rendía cuentas a nadie. Se diría que Umbral no sabe de lo que habla, pero a todos nos ha pasado eso de no consultar cierto dato antes de ponerlo negro sobre blanco. Y quiero insistir en esto porque, a pesar de éste y algún otro tropiezo, Amado siglo XX está repleta de aciertos, de hallazgos, de líneas que te clavan a la página como cuando leemos "hay más metáforas en un libro leído de noche que de día", que leí de noche por cierto, quizás esto explique el deslumbramiento.

Lo he dicho en alguna otra ocasión, pero conviene repetirlo: un libro no puede contener la vida de una persona, tampoco la de un país, no digamos ya la de un siglo entero. Amado siglo XX es forzosa y conscientemente una incursión imperfecta en la centuria en que Umbral nació y se hizo hombre; la centuria en la que se hizo un nombre y llegó a ser quien fue. Amado siglo XX no nos permite conocer mejor el siglo XX, sino conocer un poquito más a Umbral. Habla mucho y en profundidad de la España del largo invierno franquista, la España gris de la Dictadura, la que él disfrutó y sufrió: "Cuando vine a Madrid para quedarme a vivir o malvivir, el paisaje de la derecha (no había otra cosa) estaba compuesto por falangistas, opusdeístas y franquistas puros y duros". Una España de uniformes y sotanas, decíamos, pero también de gente que intentó vivir sin dejarse aplastar por la losa del nacional-catolicismo, de gente que vivió con dignidad en tiempos indignos, de gente que aceptó aquella realidad como ni no existiera otra, esa España algo puta presente en sus mejores obras.

Los ejercicios evocadores son terreno propicio para filias y fobias. Éste abunda en retratos, esbozos y escorzos, de gentes de izquierdas y de derechas, como Manuel Azaña, Miguel Mihura, Felipe González, Gonzalo Torrente Ballester, Enrique Tierno Galván o Camilo José Cela, de quien Umbral dice: "era amigo de los ricos, aunque sólo escribía de los pobres". El autor no titubea a la hora de soltarle una colleja a alguno, como sucede en el sibilino retrato de Francisco Ayala: "reúne todos los dones del escritor profesional y autoelegido. Cultura, memoria, viajes, amistades, soledad y compañía. Pero le falta una cosa de la que yo no puedo prescindir. Le falta, sencillamente, la gracia". El tiempo presente irrumpe con estruendo en ese pretérito imperfecto y, durante la redacción del libro, Umbral levanta acta del deceso de otros compañeros de viaje como Jaime Campmany o Eduardo Haro Tecglen, y entona el responso de seres queridos desaparecidos como Carmen Díaz de Rivera: "la muerte consiste en que una buena amiga deja de llamar y ya es como si Madrid se hubiera quedado sin teléfonos".

La Dama Negra es la actriz invitada en esta última película. En cierto pasaje, Francisco Umbral afirma: "Ningún hombre se merece la muerte, pero la muerte es una costumbre tan antigua que nos hemos resignado a ella". En otro, en cambio, desconfía: "no hay cosa más dudosa que la muerte". La suya, pues cada cual tiene la propia, lo esperaba a la vuelta de la esquina.

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