Cultura

Del sentimiento escéptico de la vida

Parece que la suerte editorial de Julio Camba (Villanueva de Arosa, 1884- Madrid, 1962) no decae. A las recientes reediciones de La ciudad automática y Aventuras de una peseta, ambas en Alhena Media, y de Haciendo de República, en Luca de Tena, esta editorial suma ahora esta nueva recopilación de columnas (¿y por qué la pequeña letra en un libro de gran formato, tapa dura y papel couché?). Sorprende en alguien que apenas escribió tres libros, al que la posteridad parecía importarle una higa, que vivió los últimos años de su vida en la provisionalidad de una habitación del Palace y miraba pasar la vida con un ligero encogimiento de hombros. González-Ruano, en el envenenado artículo que escribió en el aniversario de su muerte, recogido en esta edición, con medio pie en el estribo dibuja con hiel el perfil de Camba, un columnista sin afán de gloria pero que, lo sabía aunque en ningún momento lo dice, le iba a sobrevivir literariamente hablando. No extraña: las columnas de Camba parecen escritas esta misma mañana.

De hoy mismo parecería La cursilería del regionalismo, escrita en 1908, si donde dice regionalismo dijera nacionalismo (se ve que en la precisión del idioma más que avanzar hemos retrocedido). Como las 32 extraordinarias crónicas parlamentarias de 1907, cuya demoledora ironía desnuda el caciquismo y los tejemanejes de políticos, Antonio Maura y Dato entre ellos, que el tiempo ha engrandecido quizá exageradamente. Este libro reúne 135 columnas escritas entre 1904 y 1961, aunque el grueso data de 1907-08 y 1917-19. Camba, hombre viajado, leído y, como esos edificios sin cimientos, estable por flotante, por no echar raíces, puede que haya sido, con su acusado escepticismo y su fina visión de la vida, el mejor columnista español del pasado siglo. Sus seguidores, desde Pla, han sido legión, pero a casi todos les sobran veneno y costumbrismo. Entre los columnistas actuales quizá sólo Enric González se le acerque.

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