Cultura

El ruiseñor de las cumbres terrícolas

Ciencia-ficción, Estados Unidos, 2013. 100 min. Dirección: M. Night Shyamalan. Interpretación: Will Smith, Jaden Smith, Sophie Okonedo, Zoe Isabella Kravitz. Guión: M. Night Shyamalan y Gary Whitta; basado en un argumento de Will Smith.

Ni aún en sus mejores tardes Shyamalan ha redondeado una faena. Casi siempre está bien con el capote de la definición fotográfica, que controla minuciosamente para dar un acabado limpio hasta lo cortante a sus películas. Con la muleta de la realización suele estar, como mínimo, correcto: una faena de cámara muy estudiada que carece de la espontaneidad creativa del genio pero ofrece una envidiable seguridad narrativa. Pero, indefectiblemente, mata mal. En el momento de la verdad -que es aquello que una película quiere expresar o contar a través de su aparato formal- resulta que Shyamalan tiene poco que expresar o que contar. Casi todas sus películas -salvo Sexto sentido- empiezan argumentalmente muy bien y acaban regular o mal.

Así fue hasta El incidente (2008). La posterior Airbender. El último guerrero (2010) y esta After Earth lo sitúan por debajo de su media. Con Will Smith no puede Shyamalan. Está marcado. No es creíble. Pone contra la película. Y en la fantasía aún peor, salvo que se plantee en broma (Men in Black). Recuerden si no los desperdicios de las buenas historias de Isaac Asimov (Yo robot) y del recientemente fallecido Richard Matheson (Soy leyenda). El primer trastazo, pues, se lo da Shyamalan contra el asteroide, que no estrella, Will Smith. Y el segundo contra el cometa Jaden Smith o, simplemente, Smith Jr. Porque el niño de Will es el verdadero protagonista de la película.

Con este hierro pocas posibilidades de cuajar una faena tenía Shyamalan. Los humanos han abandonado la Tierra, que ellos mismos han destruido, para establecerse en otro planeta. El general Cypher es uno de los héroes de esa humanidad renacida. Al regresar de una misión su nave cae accidentalmente en la Tierra, sólo habitada por seres empeñados en matar a los humanos. Quedando malherido el general, será su hijo quien se enfrente a los bichos.

El arranque es inteligente, aunque sobre él planee la sospecha de los buenos inicios después mal resueltos que son la marca de este director. Todo está muy bien rodado a partir de ese buen arranque. Pero también desde el principio Will Smith aparece matando bichos como el héroe sin miedo que es (los monstruos, ciegos, atacan siguiendo el rastro del olor del miedo); lo malo es que resulta imposible tomarlo por un héroe que mata bichos. Se espera que haga una gracia o cuente un chiste. No lo hace, porque Night Shyamalan va en serio. Y esta es su desgracia.

Aunque su desgracia mayor no es el padre, sino el niño para el que Will Smith ha cortado la película como Cesáreo González las cortaba a las hechuras de Joselito. Se debe tratar de un suicidio porque Shyamalan colabora en el guión (este es casi siempre uno de sus problemas: es tan aseado director como embrollado guionista) que, desde el principio, incurre en el ridículo en su afán por lucir a Jadencito Smith. Hay alguna buena ideas visual muy propia de Shyamalan, como el plástico que pasa ante el objetivo tras el accidente. Hay obsesiones sobre el miedo, la muerte y los poderes sobrenaturales o naturales también muy de él. Pero poco puede el realizador contra esta pareja.

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