rafael balanzá

"Soy refractario a todo tipo de clericalismo, de dogmatismo"

  • El escritor alicantino publica con Siruela 'Recado de un muerto' La novela cierra lo que el autor denomina su "trilogía antiejemplar"

Rafael Balanzá (Alicante, 1969) cierra con Recado de un muerto (Siruela) lo que él define como "trilogía de novelas antiejemplares". Todas ellas, novelas que se desarrollan en clave de género negro pero que presentan personajes con conflictos de corte existencial, que manejan cuestiones como la culpa, el fracaso, lo absurdo o la dicotomía entre carácter y destino.

-Esta es su tercera novela con Siruela desde que ganara el Café Gijón de Novela. ¿Cómo diría que ha intentado evolucionar desde entonces? ¿Cuál ha sido su objetivo?

-Pues como no soy seguidor de Masoch ni nada de esto, que me dieran el premio fue por supuesto un motivo de satisfacción absoluta, aunque no me sorprendió demasiado, porque Los asesinos lentos estaba ya de finalista en otro premio y había otra editorial interesada en ella. Aunque me siento bastante afianzado con lo que hago, lo cierto es que desde entonces sí ha habido una suave desilusión... Entendido como que nada de lo que conseguimos en la vida se ajusta a nuestras expectativas, y aunque todos somos conscientes de ello en el plano teórico, en el práctico somos propensos a ilusionarnos.

-¿Y en qué se traduce esto a nivel literario?

-A nivel de escritura, lo que ocurre es que parece que la sociedad está acabando con la buena literatura. No son cuatro señores con gabardina conspirando en la City de Londres, sino la democracia del mercado lo que actúa de resorte, como bien dice Félix de Azúa en Autobiografía de papel. Es una especie de feedback maléfico. En este sentido de la literatura de mercado, está también el etiquetaje, que es bueno para la difusión del libro pero que te encasilla como autor, restringe tu libertad en cierta medida: yo, por ejemplo, soy un autor de thrillers, que no es una denominación con la que me siente demasiado cómodo... Pero en fin, todavía hay lugar para una literatura que no sea macdonald. Yo creo que he conseguido nadar y guardar la ropa con esta última novela.

-Más allá de la trama de sus novelas, que entran dentro del misterio, como dice, en todas ellas hay algo común: siempre invita a una reflexión casi filosófica.

-En todas mis obras, especialmente en las tres novelas, efectivamente hay una carga de profundidad filosófica y eso es deliberado. Puede y debe haber distintos tipos de escritores. No digo que no pueda haber macdonalds... sino que no sólo haya eso. La queja es que se construya una situación en la que sólo quepa una literatura de consumo que no exija nada al lector. En mi caso particular, quiero creer que lo que escribo es algo más que thriller de género. Como he dicho, en la línea de historias "antiejemplares": el protagonista de Recado de un muerto vive en un lugar degradado como es la costa levantina, pero es capaz de ir un poco más allá, hacerse preguntas, es aficionado a la ciencia... Los tres protagonistas de las distintas novelas son, en efecto, muy poco ejemplares... Si en Los asesinos lentos el transfondo filosófico era la categoría del absurdo, en La noche hambrienta se reflexionaba sobre la culpa y, en este caso, se pretende hacer pensar sobre la cuestión de carácter o destino.

-Hay un cierto determinismo en la novela...

-O más bien, una pregunta en torno al determinismo. El tema del fatum o destino es un tema sustancioso y recurrente, habitual ya en la tragedia clásica. El ser humano se plantea si el universo en el que estamos es algo cerrado, completamente determinista o estamos condenados, digamos, a la libertad -que es lo que yo creo-, y esa opción nos lleva a la incertidumbre y el misterio. De hecho, hasta la ciencia afirma que la realidad es más misteriosa de lo que se había supuesto y que apenas nos sirve para explicar una pequeña parte de lo que hay en el universo.

-Entre las reflexiones del protagonista, como dice aficionado a la ciencia, se encuentra su diatriba con lo que llama "neuroética": esa especie de que estamos "programados" para ser felices.

-Como a veces ocurre, yo comparto muchas de las opiniones de mi personaje. Pablo deposita mucha confianza en la ciencia hasta que, de repente, se despierta del cientifismo en sí. Yo soy un escéptico, digamos que soy furiosamente anticlerical pero de cuaquier tipo de clérigo. Es decir: de aquellos que tienen fe ciega en algo. Quizá por desgracia, porque esa posición es la del que duda, la del escéptico, y puede que la gente que tenga certezas absolutas sea más feliz... Pero soy refractario a todo dogmatismo, y hay una línea pseudocientífica que entra en la autoayuda, la salvación universal, el coaching... Ante todo eso, yo prefiero leer a Santa Teresa o Bocaccio, porque son ellos los que han escrito los mejores libros de autoayuda.

-El mensaje que, al cabo, se traduce de la novela es que el momento de decidir el camino no es banal. La importancia que tiene el gesto de decidir lo que somos y qué queremos.

-En el fondo siempre estoy hablando de mí mismo, que al fin y al cabo es hablar sobre una dicotomía que también se le puede presentar a mucha gente. En Los asesinos lentos, teníamos al tipo que había decidido seguir siendo fiel a su vocación, y seguir siendo músico, y amenazaba de muerte al que lo había dejado. En ese momento, eran dos partes de mi alma: la vocación o la sensata, y la artística amenazaba de muerte a la otra. En esta novela, también hay una discusión en torno a un primo artista, y si es ridículo o no lo que hace. No me interesa la literatura si no sirve para plasmar las preocupaciones y conflictos íntimos, si se limita a ser puro entretenimiento de consumo rápido, como los thrillers costumbristas bajo fórmula. En esta última novela, en Recado de un muerto, tenemos a un personaje que plantea esto, si hay que seguir la norma en cuanto a lo más abundante, que vendría a ser la mediocridad. Ahora, si se va a romper la baraja de lo convencional, que sea por algo que realmente vale la pena... y ese es el verdadero recado de la novela. En clave, podría tratarse también del propio estado de la literatura del que hablábamos antes: caer en el rodillo, o no; o, en la sociedad, enfrentar lo tedioso y lo rutinario frente a lo audaz.

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