arte

Les queda la palabra

  • La artista marroquí Bouchra Khalili protagoniza una valiente y emocionante exposición en el CAAC, en la que la creadora dedica su atención a la inclemente realidad de los emigrantes

Bouchra Khalili (Casablanca, Marruecos, 1975) diseña dos espacios políticos y sociales muy distintos entre sí. Median entre ellos 50 años, pero no los separa el tiempo que miden el calendario o el reloj, sino el que han ido modelando las decisiones de los centros de poder.

Del espacio político más alejado en el tiempo (entre 1962 y 1972, aproximadamente) se ocupa la obra llamada Ministerio de Asuntos Exteriores. Dos jóvenes argelinos evocan esos años en los que Argelia, lograda su independencia, se convirtió en refugio de activistas y luchadores políticos. Como Gran Bretaña en el siglo XIX y Francia en el siguiente, Argelia fue, a inicios del último tercio del siglo XX, lugar de acogida de exiliados. Hay un matiz diferencial: Argelia abrió sus puertas sobre todo a dirigentes y activistas: era, pues, territorio de resistencia, no sólo de acogida. De ahí el título de la obra que incorpora fotografías de los lugares de reunión y trabajo de los distintos movimientos de liberación, y un mapa de Argel que localiza cada uno de esos enclaves.

Argel era pues un hervidero de esperanzas. Los jóvenes recuerdan las ideas, palabras y figuras de los líderes de las diversas opciones: palestinos, movimientos descolonizadores africanos, luchadores en Vietnam y Oriente Medio, delegaciones de los Panteras Negras y aun independentistas de Quebec. Argelia era foco de libertad. Por su ejecutoria y su acogida, pero también por las condiciones geopolíticas: el Movimiento de Países No Alineados había alterado la tensión entre bloques militares que monopolizó la política durante la Guerra Fría.

Del mapa de aquel Argel, punto de solidaridad en el Mediterráneo, se pasa a otro mapa bien distinto, el de un mar convertido en barrera y trampa. Son los ocho que componen el Proyecto de mapas de viaje. Sabemos de la etapa final del viaje de los inmigrantes. Pero en la obra de Khalili un rotulador indeleble marca las idas y venidas de viajes que siempre pueden ser a ninguna parte. Caminos inciertos, encarcelamientos, expulsiones, forzados desvíos, trabajos míseros para poder pagar la etapa siguiente. Un viaje de años para terminar en un centro de acogida y quizá devueltos al país de origen. Sí, las cosas han cambiado en medio siglo: los devotos del liberalismo deberían explicar cómo cohonestan su declarado humanismo con los deshumanizados efectos del mercado y la geopolítica.

En el mismo sentido impresiona una tercera obra, El marinero. Un joven filipino narra su vida y su trabajo, imperados por las exigencias de un buque de carga. Mientras, las máquinas del puerto de Hamburgo, exactas y anónimas, apenas precisan la intervención humana. Una misma lógica, la de la mercancía, mueve contenedores y grúas en los muelles, y conforma, con el mismo silencioso rigor, la vida del marinero.

Otras dos obras de la muestra se centran en las minorías emigrantes que han logrado un asentamiento más o menos firme. La autora no filma sus vidas sino sus palabras. Es un acierto. Puede que nadie llegue a cruzar el umbral de la ciudadanía (al margen o no del imperio de la ley, poco importa) hasta que no hace uso de su palabra. Esto hacen los protagonistas de la trilogía Speeches. Más que Discursos, como reza la traducción, el término indica actos o ejercicios de habla. En la tercera parte de la trilogía los hablantes dan cuenta de su situación. Son latinoamericanos en Estados Unidos (también les dedica la serie Pies húmedos). Como también ocurre en los países europeos (incluso en los reticentes a acoger emigrantes y refugiados), en Estados Unidos coexiste el rechazo al emigrante con la explotación de los sin papeles que, por ser tales, son más baratos, esto es, peor pagados y peor tratados. Un tono distinto tiene la primera parte de la trilogía: quienes hablan lo hacen para afirmar su identidad. Emplean textos de líderes políticos (de Abdelkrim a Malcolm X) o de poetas que fraguaron la identidad de aquellos a quienes se les niega. Son textos breves pero con el vigor de la autoafirmación y la emoción de quienes luchan por ella. En la segunda parte de la trilogía hablan emigrados que trabajan en Génova: no se quejan, proponen. Dicen cómo debiera organizarse la vida. Son ya ciudadanos o al menos están decididos a serlo.

En parecida dirección corre el vídeo más extenso, La sociedad de la tempestad. Lo protagonizan tres atenienses. Ninguno de ellos nació en Grecia. Llegaron de lugares diversos pero se reúnen para hacer una suerte de periódico escénico que analiza cuanto ocurre en Grecia, Europa y el Mediterráneo, y piden responsabilidad, civismo y solidaridad.

Sobre los contrastes de las dos primeras obras, jirones más que jalones de la utopía y muestra de la cruel indiferencia de la globalización, la voz y la palabra de los desplazados son semillas de esperanza. Esa es la valiente propuesta de Bouchra Khalili.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios