Cultura

La propiedad del paraíso

  • Fiel a la divisa que une pasión y paisaje, Jacobo Cortines alterna los tonos elegíacos y celebratorios para contar su laboriosa recuperación de las raíces

Diez años después de su anterior entrega, Consolaciones, con la que ganó el Premio Nacional de la Crítica, Jacobo Cortines ha publicado su quinto libro de poemas, marcado como los demás por una inequívoca voluntad de clasicismo. En estos tiempos caracterizados por una suerte de ansiedad acumulativa que lleva a muchos autores, también a los poetas, a encadenar las publicaciones por temor a verse relegados, es inevitable referirse al ritmo pausado que ha seguido una trayectoria -iniciada algo tardíamente a finales de los 70- singular en el panorama de su generación, a la que Cortines aporta una voz propia y claramente reconocible que parte de la vivencia, de los paisajes vinculados a la memoria, pero sabe trascender en el verso la mera impresión biográfica. Desde una familiaridad absoluta con la tradición, su poesía combina un rigor formal que no se opone a la naturalidad del discurso, la contención -que no la reticencia- a la hora de expresar las emociones, un fondo humanista que aflora tanto en los modos como en los temas y una muy honda veta meditativa.

Titulado como el poema largo que cierra la colección, Nombre entre nombres incluye otras tres secciones -Escenarios, Ausencias y Contrapuntos- que recogen algunas de las coordenadas del mundo de Cortines y en cierto modo preparan al lector para enfrentarse a la cuarta, centro de gravedad del libro. Los Escenarios dibujan el paseo vespertino en una playa gaditana, la vuelta a casa en medio de una vista -la de la "ciudad de verano"- no del todo degradada por "garras de avaricia" y una estampa granadina "bajo los muros moros de la Alhambra". Las Ausencias reflejan la añoranza de los seres queridos cuyo rastro persiste en el recuerdo, impregnando el presente de "ensueños, nostalgias y deseos". Los Contrapuntos aportan un cambio de tono, más onírico e inquietante, pero persisten las imágenes de los muertos que regresan, aunque sea en las pesadillas, y una melancolía enfrentada al llamado de la vida. Esta tercera sección se cierra con un poema más sosegado, Olas de ayer, que Cortines aprovecha para definir uno de sus motivos recurrentes: "El tiempo en mi conciencia y yo en el tiempo".

Diez poemas, los aludidos, que dejan al lector a las puertas de Nombre entre nombres, donde Cortines retoma y continúa la historia -allí centrada en la figura del padre- que desarrollaba su memorable Carta de Junio, el otro gran poema largo que señala, junto a este, una cima en su itinerario. Veinte años separan ambas composiciones, pero las dos aparecen hermanadas en el común empeño de conjurar los demonios familiares en un relato que dé sentido no sólo poético al camino recorrido desde los días azules de la infancia -el "tiempo niño" del que se hablaba en uno de los poemas de Contrapuntos, evocado por el poeta en sus memorias- hasta un punto de llegada, localizado en la finca laboriosamente restaurada, donde confluyen la esforzada recuperación de las raíces, la distancia respecto de los pleitos y desavenencias y el anhelado equilibrio final, alcanzado en la compañía del amor que justifica toda una vida.

Narrado a dos voces que se sirven de las tres personas verbales pero remiten a una sola, el poema no elude los conflictos y el desgarro derivados de la desposesión, pero su asunto, la propiedad del paraíso, es abordado como una conquista que restituye la armonía originaria y convierte en realidad un sueño largamente perseguido. La perfecta estructura, el propósito moral, la precisión y la musicalidad de sus versos, hacen de Nombre entre nombres un poema extraordinario, estrictamente contemporáneo pero destinado a perdurar en tanto que dirigido -en eso consiste el clasicismo- a los lectores de todo tiempo.

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