Cultura

El cajón que cambió el flamenco pierde a su principal maestro La BNE adquiere cuatro cuentos de Miguel Hernández, su última obra en vida

  • El percusionista peruano Rafael Santa Cruz murió de un paro cardíaco la pasada madrugada

Si Paco de Lucía fue "el embajador del cajón en el mundo", como a menudo se refirió a él Rafael Santa Cruz, este maestro peruano, fallecido en la madrugada de ayer por un paro cardíaco, fue su ministro principal tras una vida dedicada al estudio y difusión del instrumento que hace treinta años cambió el flamenco.

Investigador, profesor, músico y actor, Santa Cruz (Lima, 1960) había acumulado con los años un conocimiento difícilmente equiparable sobre el cajón peruano y, como tal, era uno de los principales atractivos del inminente festival del Cante de Las Minas de La Unión (Murcia, España), en el que había de homenajear con cursos y actividades a De Lucía.

Gracias a sus investigaciones, por ejemplo, se sabe que el cajón se originó en el antiguo distrito del Rímac, a unos pasos de la Plaza de Armas limeña, y que se remontan aproximadamente al inicio de la Independencia de Perú, en 1821, en un entorno árido y humilde, falto de madera para fabricarse un tambor al uso, lo que llevó a sus habitantes a sustituirlo por algún mueble viejo con esta forma.

También que hasta los años 30 se empleaba cualquier material en su elaboración y que a partir de los 50 comenzó a extenderse el uso del cedro, una de las maderas nobles que lo vistieron de gala para presentarse al mundo ya en los 80.

El que fuera director del Festival Internacional del Cajón Peruano relató a menudo que De Lucía se quedó prendado en una fiesta en Lima en 1980 de este instrumento y que su entonces percusionista, Rubem Dantas, aprendió algunos ritmos afroperuanos del cajonero Carlos Caitro Soto. A partir de ahí, el cajón peruano se convirtió en un elemento habitual para los flamencos, hasta el punto de que son muchos los que desconocen sus orígenes americanos.

"Lo mejor que le puede pasar a un instrumento musical es que deje de tener una nacionalidad y se convierta en un instrumento universal", repetía Santa Cruz, que presumía de que aquel pariente lejano del cajón cubano hubiese trascendido a otros géneros musicales, de España a Brasil, pasando por Venezuela, Chile, Puerto Rico, Japón, Tailandia, China y Francia.

El amor del musicólogo por este sencillo artefacto le llevó a congregar en 2009 en Lima a 1050 cajoneros, algunos llegados del extranjero, hazaña registrada en el libro Guiness de los Récords como la cajonada más multitudinaria de la historia.

Precisamente, una de las actividades en las que había de participar en el festival de La Unión era una cajonada que los responsables del Cante de Las Minas mantendrán, ahora bajo la supervisión de otro experto en cajón peruano, Guillermo García el Guille, y que servirá para homenajear a De Lucía y también al propio Santa Cruz.

Hijo del primer matador de toros negro del mundo, del mismo nombre que él, y sobrino de los estudiosos del folclore afroperuano Victoria Santa Cruz y Nicomedes Santa Cruz, publicó obras como El cajón afroperuano.

Junto a su hermano Octavio, formó el conjunto Los Hermanos Santa Cruz & Afroperú y publicó cuatro álbumes: Eribo Maka Maka (1991), Sin límites (1992), Afroperú (1995) y Hermanos Santa Cruz Grandes Exitos (2000).

La Biblioteca Nacional de España (BNE) ha adquirido el que se cree que es el último manuscrito de Miguel Hernández: cuatro relatos infantiles escritos en la cárcel por el poeta y dramaturgo para su hijo que muestran que, en sus últimos años de vida, junto a la poesía, el autor desarrolló la prosa.

Según informó ayer la BNE en una nota, los relatos son El potro oscuro, El conejito, Un hogar en el árbol y La gatita Mancha y el ovillo rojo, escritos entre junio y octubre de 1941 en el Reformatorio de Adultos de Alicante, a donde llegó desde el Penal de Ocaña, y en el que falleció en marzo de 1942, con 31 años.

Son seis pequeñas hojas de papel higiénico de 12 por 19 centímetros, escritas y con dibujos, cosidas en la parte superior por un hilo de color ocre y con los bordes envejecidos e irregulares.

El poeta de Orihuela haría pasar el manuscrito por traducciones de cuentos en inglés para superar la censura, y se los dio a su mujer, Josefina Manresa, poco tiempo antes de fallecer por tuberculosis en esa misma prisión.

Su mujer cuenta en Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández, que transcurrió un mes hasta que pudo verle: "Lo sacaban entre dos personas, que no sé si serían presos, cogido del brazo, y lo dejaron agarrado a la reja. Llevaba un libro en la mano, eran dos cuentos para nuestro hijo. Al terminarse la comunicación, quiso darle él por su mano el libro al niño, y no le dejaron hacerlo. Un guardia se lo tomó y me lo dio a mí".

Desde junio de 1941 al 28 de marzo de 1942, fecha de su muerte, el poeta estuvo en enfermería de la prisión, aquejado de tuberculosis y "acosado" por tres sacerdotes que "buscan su reconversión y la abjuración de sus ideas". La resistencia del escritor a su retractarse políticamente impidió "casi con toda seguridad", su ingreso en el sanatorio antituberculoso valenciano de Porta Coeli.

El catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Alicante José Carlos Rovira señala en su libro Miguel Hernández: la sombra vencida, cuyo capítulo Ultimas ausencias de Miguel Hernández es el catálogo de la exposición de la BNE con motivo del centenario del nacimiento del escritor alicantino, que los cuentos son "metáforas explícitas de libertad" para su hijo.

La encuadernación e ilustración de dos de las historias (El potro oscuro y El conejito) fue posible gracias a su compañero Eusebio Oca Pérez -maestro, periodista y dibujante-, también interno en el Reformatorio de Alicante.

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