Cultura

"Las pasiones sirven para vivir mientras duran pero no justifican la vida"

  • Julio Llamazares recrea en 'Tanta pasión para nada' la suerte de unos personajes que tratan de rebelarse contra la derrota

Desde la novela, el periodismo o la literatura de viajes, el escritor leonés Julio Llamazares (Vegamián, 1955) ha construido una voz propia que sorprende tanto por su hermosa sonoridad como por su fidelidad a los orígenes. El volumen Tanta pasión para nada (Alfaguara), que ayer presentó con el Centro Andaluz de las Letras, marca su regreso al relato corto. Doce cuentos y una fábula que invitan a repensar la frágil condición humana mientras recorremos las trochas, veredas y poblados mineros abandonados que perfilan una de las mejores narrativas en español.

-Esta recopilación liga aquellos de sus últimos cuentos donde los protagonistas se empeñan en ajustar cuentas con su propia vida.

-Son personajes que, como indica el título del libro, ponen mucha pasión en sus vidas para acabar dándose cuenta de que la pasión a corto plazo sirve para vivir pero, a largo plazo, no soluciona la vida. Es la condena de todos los hombres.

-Con El médico de la noche pone ese nihilismo en entredicho: la intervención de uno de los guerrilleros acorralados en Cerro Moreno salva la vida de otro personaje.

-Es uno de mis cuentos favoritos pero, aunque el celo sanitario del maquis cure a la niña, a él le acaba costando la vida. Cada uno en su ámbito, todos estos personajes viven su vida con gran pasión pero todas sus historias acaban mal porque las pasiones sirven para vivir mientras duran pero no justifican la vida. Y esto vale también para la literatura, la pasión que a mí más me mueve.

-En El amigo invisible relata la prejubilación de un corresponsal de guerra y, pese al tono socarrón, destila simpatía por el personaje.

-Hablo aquí de un oficio prácticamente desaparecido, el del periodista romántico y aventurero que quiere comerse el mundo, recorrerlo y contarlo. Toda pasión llevada a su extremo conduce a la soledad y a la melancolía, como le sucede a este hombre, que no tiene con quien compartir la mesa el día de Navidad. Entregas tu vida a tu gran pasión, en este caso el periodismo, para darte cuenta de que con 50 y pico de años te dan una patada y te sientan en una mesa a escribir una columna semanal de opinión. Ese sentimiento, llevado al extremo en el caso del reportero de guerra, lo habrán tenido todos los prejubilados de este país cuando les llaman y les dicen que ya no sirven para aquello que era el motor de su vida y que tienen que dejar paso a los jóvenes.

-En el folletinesco Los viajes del tío Mario nos hace recorrer toda Italia junto a este hombre que intenta recuperar al amor de su vida poco antes de morir. Un personaje a la altura de Mastroianni.

-La vida está llena de historias que pueden nutrir la literatura. No hay más que abrir el periódico. Lo que pasa es que hay que literaturizar eso y convertirlo en metáfora de algo. El tío Mario de este cuento existió en realidad: un hombre de 70 años al que, cuando le diagnostican una enfermedad terminal, descubre por casualidad que la chica a la que amó en su juventud le ha seguido escribiendo durante años unas cartas que su mujer destruía. Entonces rompe con todo e intenta vivir la pasión que la vida le negó. Ese tipo de personajes que se consume en su propia pasión despierta siempre mis simpatías.

-En varios relatos regresa a los paisajes agrestes que sus lectores conocen bien desde su debut novelístico con Luna de lobos y La lluvia amarilla. ¿Es una reacción a los ambientes urbanos de su anterior novela El cielo de Madrid?

-De la misma manera que todos tenemos un lenguaje materno, con el que aprendimos a nombrar las cosas, y con el que mejor te vas a expresar por mucho que aprendas otros, todos tenemos un paisaje materno con el que aprendimos a mirar el mundo. Por eso vuelvo a esos paisajes primigenios recurrentemente, porque es con los que mejor me expreso.

-Con todo, la mirada al mundo rural no abunda en la narrativa española actual y al relacionar su estética a menudo se acude a nombres como el portugués Miguel Torga.

-Eso tiene otra lectura. Los españoles tenemos complejo de nuestro pasado y muchas veces lo reinventamos. Yo no quiero ni abdicar de mi biografía ni alardear de ella. Mi biografía es la que ha sido y muchas de las historias que cuento salen de mi memoria y de la gente que me acompañó. La literatura ni es rural ni es urbana, pertenece a otra realidad independientemente de lo que cuente. En todo caso, me siento identificado con los escritores que han entregado su vida a la literatura sin pensar en la repercusión social o comercial y con esos otros autores que no intentan ser forzadamente universales sino que lo son por la propia fidelidad de su obra a un paisaje, un lenguaje y una memoria.

-Tampoco elude aquí el espinoso tema de la memoria histórica.

-Mi materia prima como escritor es la memoria personal y colectiva. Y dentro de ella están las huellas de la guerra y la posguerra en mi familia, en mí, en las personas que conozco y en el país donde vivo. El debate sobre la memoria histórica es irracional. Pretender que la gente recuerde o no por decreto ley es absurdo porque la memoria es como la respiración: seguirás recordando, quieran o no los demás. Tres de estos cuentos hablan de una época que nos ha formado directa o indirectamente a todos los españoles y que sigue influyendo en nosotros, no hay más que mirar alrededor. Es absurdo borrar una parte de nuestra Historia porque no nos guste.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios