Cultura

La nueva carne de los nuevos puritanos

  • La banda británica These New Puritans entrega un tercer álbum fascinante

En una reseña para The Quietus sobre el disco que nos ocupa, el firmante, Nick Southall, revela haber recibido meses atrás un correo electrónico del productor del álbum, Graham Sutton, poniéndolo sobre aviso: "Creo que es el mejor proyecto en el que he estado involucrado jamás".

Pero Sutton, nos recuerda Southall, ya ha estado involucrado previamente en algunos proyectos, digamos, enormes. Para corroborarlo ni siquiera hay que acudir a su historial tras la mesa de mezclas; basta con revisar su intermitente y dosificado trabajo como compositor e intérprete al frente de Bark Psychosis, banda seminal en la entonces incipiente escena post-rock y, en buena medida, heredera directa de los postulados estéticos formulados por ese otro gigante, Mark Hollis, al frente de Talk Talk. En resumen, dos discos definitivos y definitorios en el intervalo de una década, Hex (1994) y Codename: Dustsucker (2004). Así que, ¿a qué se refería Sutton con semejante intuición? ¿Se dejaba llevar por el entusiasmo? ¿Publicitaba su labor?

La escucha pausada de Field of Reeds, disponible vía streaming durante los últimos días y finalmente a la venta este lunes, establece un guiño cómplice entre el músico y productor y la audiencia de These New Puritans, que comprueba, en efecto, que quizás no estamos sólo ante uno de los discos más bellos que se van a publicar este año, sino también ante una obra mayúscula que vuelve disolver con perfecta naturalidad los presuntos márgenes estilísticos que distancian a la música de ascendencia pop de otras formas y géneros sonoros. Convenciones, al cabo, dinamitadas con la absoluta indiferencia que merecen quienes las proclaman.

Debutante en largo en el ya lejano 2008 con Beat Pyramid -un disco trepidante, violento, claro deudor de la facción más insobornable del post-punk británico de los 80, con The Fall a la cabeza- el cuarteto londinense inició un singular proceso de refinamiento precisamente a raíz de su contacto con Sutton, encargado de desbastar una propuesta que incluso en origen -ahí quedaban pequeños cortes con ánimo especulativo, como Doppelganger- mostraban cierta voluntad de trascender prácticas miméticas en busca de la voz propia.

Lo paradójico es que esa intención, aun dejando a la vista las costuras referenciales -entre ellas, obvia, Dead Can Dance-, derivara en otro tipo de violencia, menos visceral, más consciente, a la postre más convulsa en su apuesta por una belleza formal preñada de guiños neoclasicistas y citas intergenéricas -una idea, por cierto, muy post-rock-.

Hidden (2010) materializó esa alianza entre el cuarteto -liderado por el inquieto Jack Barnett (vocalista y multinstrumentista) e integrado entonces por su hermano George (percusiones), Thomas Hein (bajo) y Sophie Sleigh-Johnson (teclados)- y el veterano Sutton. Sus once cortes, a menudo adornados por arreglos de viento en contraste con bases electrónicas, oscuros y tenebristas, nos mostraban no sólo la nueva piel de la banda, sino también su nueva carne, ya madurada. Y propiciaba la sensación, plena, de que el grupo dejaba atrás el estirón adolescente para ofrecernos el esbozo de sus formas adultas. Ése es el proceso que a la espera, pero también al margen, de futuros movimientos Field of Reeds concluye ahora.

"El nuevo álbum es un tanto diferente al anterior", señala Jack Barnett en la web de la banda, apuntando al tiempo que Sutton y él han dejado en este disco que la música hable "por sí misma más que en cualquier otro que hayamos hecho antes". Y la música habla con esa rara voz -la voz propia- en la que los acentos reconocibles no empañan ni la originalidad del timbre ni lo que se dice. Son, nuevamente, muchos y evidentes -Hollis, en solitario y con Talk Talk; Bark Psychosis, claro; Scott Walker, género en sí mismo; Robert Wyatt; académicos del corte de Elgar y Britten y, por momentos, hasta el Chet Baker más irredentamente melancólico-, pero su mensaje es diáfano: es música para conmover más allá de la sacudida, para emocionarse en la pura contemplación. Incrédula primero; rendida después.

Estructurado en torno a nueve pequeñas suites que remiten a motivos melódicos y armónicos reiterados -los arreglos de viento se enriquecen aquí, entre otros, con pianos y xilófonos propensos a la comedida disonancia-, y con la decisiva y brillante colaboración de la cantante de jazz portuguesa Elisa Rodrigues, Field of Reeds sería uno de esos discos que tras prestarles nuestra atención nos la devuelven exhausta. Pero no a disgusto, sino más bien tan satisfecha como después de… Bueno, ya sabe...

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