Cultura

El novelista como pintor

Henry James. Trad. Olivia de Miguel. Lumen. Barcelona. 2014. 424 páginas. 23,90 euros

En el excelente prólogo al volumen, Andreu Jaume subraya una carencia de la literatura anglosajona, y en mayor modo americana, inexistente en las letras francesas y alemanas del periodo de entresiglos. Dicha carencia -exceptuando a Hazlitt y a Poe- era la falta de un juicio crítico, de un sólido cuerpo analítico, con el que elucidar, no sólo el ingente número novedades que ya entonces se publicaban, sino la propia evolución de la novela, entonces en marcha. Esta falla se debió, en gran medida, a la preeminencia de la poesía sobre la novela en la primera mitad del XIX; pero también, como señala James, a la desconfianza que la novela ofrece como artefacto, como artificio, como lograda y complejísima obra de arte. Por tanto, es comprensible que James, hombre dotado de una inteligencia superior, se viera obligado, hasta cierto punto, a erigirse en su propio crítico; y eso es lo que hará cuando reúna su obra narrativa, con el añadido de unos prefacios donde da noticia de su ejecutoria, en la primera década del XX.

En este volumen, pues, se recogen algunos de estos prefacios, junto con otros ensayos donde James ofrece su opinión, su compleja y fundamentada opinión, sobre el oficio literario. No es casualidad, por otra parte, que al hablar sobre literatura James establezca, con llamativa frecuencia, un paralelismo con la pintura. El viejo tropo clásico, "ut pictura poesis", sustanciado en la Poética de Aristóteles, regirá no sólo las ambiciones estéticas del Barroco, sino en las afinidades artísticas del Romanticismo. En este sentido, James es un honesto heredero de la fiebre romántica, que por lo demás deplora. Sus obras tienen mucho del espesor, de la tiniebla, del suntuoso y grave colorido de Tiziano. En cuanto a la música, el tercer arte que los románticos consideraron superior, será Marcel Proust, otro escritor con una firme y ambiciosa arboladura crítica, quien la haga soluble en el retablo mayor de su En busca del tiempo perdido.

Son de particular interés, por lo que tienen de avizoramiento y de cautela, sus irónicas reticencias tanto al moderno exceso de publicación como a la exitosa literatura femenina. Uno y otra le parecen, en cierto modo, una dejación de las funciones del creador. El primero, por la ausencia de juicio que generan las numerosas urgencias editoriales; la segunda, por lo que James cree un abuso de la improvisación, resumido en la figura de George Sand. Todas estas precauciones y considerandos, sin embargo, se disolverán cuando llegue la Gran Guerra e irrumpa violentamente eso que Edith Warthon, discípula de James, llamó la irremisible y tosca vulgaridad del hombre-promedio.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios