De libros

La materia recobrada

  • Alberte Pagán reivindica la 'materialidad sensible' del cine de Andy Warhol frente a los discursos conceptualistas en una imprescindible monografía publicada por la editorial Cátedra

Atravesado por el rigor y una clara voluntad entomológica, como no puede ser de otra manera tratándose de un cine como el de Andy Warhol (1928-1987), Alberte Pagán, cineasta y ensayista que viene ya tiempo dedicándose al estudio de la obra fílmica de uno de los más populares e influyentes artistas del siglo XX, se propone en esta brillante y voluminosa monografía poner al día, despejar malentendidos y apuntar el camino correcto para el análisis y la interpretación de un opus fílmico esencial que un Warhol en plena efervescencia creativa concentró en apenas cinco años: entre 1963, fecha de su primera película, Kiss, y 1968, cuando con Blue movie, el artista de raíces eslovacas culminaba su fugaz aunque deslumbrante paso por la plástica del celuloide coincidiendo con su intento de asesinato por parte de Valerie Solanas.

Aspira este libro, tal y como apunta su esencial introducción, a despejar falsos mitos en torno al cine de Warhol, desde aquel que le atribuye títulos que no son suyos (esa trilogía dirigida por Paul Morrisey y protagonizada por Joe Dallesandro conformada por Flesh, Trash y Heat, de la que él sólo fue productor y marca comercial) o esos otros que concluyen, sin una base documental fiable, que el propio Warhol no podía soportar o disfrutar el visionado de sus propias películas (algunas, como Empire o **** duraban 8 y 25 horas respectivamente) o que dejaba en manos de otros los rodajes una vez que colocaba y encendía la cámara.

Falsos mitos que, con el apoyo de cierto aparato teórico que no siempre trabajó en las mejores condiciones o con los materiales adecuados, tantas veces citando de segunda mano, a ciegas o sobre versiones incompletas, concluyen que el de Warhol es un cine "frío" cuyo valor es esencialmente conceptual y teórico, como si de un Duchamp de su tiempo se tratara, más apreciado por las cuestiones (sobre el dispositivo, sobre el tiempo, sobre la espectatorialidad) que de su práctica se derivan que por los valores y la belleza plásticos o la seriedad de su empresa, tal y como reivindica Pagán.

Este libro es, por tanto, no sólo una contestación, tal vez una de las más completas y rigurosas (no hay más que ver los esquemas y desgloses que realiza el autor de cada obra) de cuantas se hayan publicado, a los vicios, errores e imprecisiones que acompañan la apreciación y el estudio del cine de Warhol, sino toda una reivindicación de la materialidad de sus formas, de su desafío constante al carácter monolítico que se le suele presuponer al conjunto de su filmografía, a la paulatina introducción de recursos que pueden leer su quinquenio fílmico como un peculiar correlato de vanguardia de la propia historia del cine: desde la imperturbable "mirada impasible" de sus primeros trabajos, divididos a su vez entre obras mudas realizadas sobre bobinas de 100 o 1.200 pies y paso de manivela de 16fps (Kiss, Sleep, Eat, Haircut, Henry Geldzaher, Empire), y obras sonoras, con predominio de encuadres fijos, sonido sincrónico, paso de manivela de 24fps, cierta narratividad y algunos apuntes de color, montaje y diálogos (Harlot, The life of Juanita Castro, Hedy, Bike boy); a una segunda época de "mirada inquieta" en la que los movimientos de cámara, el montaje estroboscópico o los desenfoques se instauran como "marca de la casa Warhol", que parece abandonar los preceptos del minimalismo por los de cierto barroquismo estilístico que culmina en Chelsea girls (1966), donde encontramos ya una amalgama de elementos como zooms, panorámicas, color, fragmentos narrativos, retratos (ya apuntados en sus Screen test o en la tetralogía dedicada a viejas y estrellas de Hollywood como Lupe Velez, Jean Harlow, Hedy Lamarr o Carmen Miranda), apuntes documentales o pantallas simultáneas.

Insiste Pagán en relacionar la obra pictórica de Warhol con algunos de los recursos de estos filmes: la serialización, la repetición, la variación, la meticulosidad del encuadre y la iluminación en sus primeros trabajos, la conservación de las veladuras de la bobina, unidad clave e indiscutible de su cine, como elemento rítmico, el carácter de gran retratista, con la duración como elemento estructural o la apropiación de objetos e iconos propios del pop art.

Warhol se nos revela así como padre del estructuralismo cinematográfico, como gran precursor de la exploración de la materialidad del celuloide, el tiempo (contemplativo, místico) y la duración que ocuparía a otros cineastas experimentales o, como en el caso de sus presentaciones en vivo junto a The Velvet Underground, como pionero de lo que hoy conocemos como espectáculos multimedia.

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