Cultura

La hora bruja

  • Daniel Bilbao medita en la galería Birimbao sobre arquitectura

Los románticos la vieron como el momento de fertilidad y creación, y los surrealistas como punto de unión de dos contrarios, el día y la noche, pero, con ello, unos y otros no hacen sino manifestar la seducción que desprende el crepúsculo. Un memorable lieder de Richard Strauss, sobre un poema de Eichendorff, convierte esa hora en signo de la muerte serena, mientras Novalis hace del ocaso el gozoso anuncio de la noche que libera a la fantasía y al deseo, porque las formas pierden en esa hora su definición manteniendo sin embargo la belleza.

Tal vez esta última idea ofrezca el mejor camino para acercarse a las obras de Daniel Bilbao (Sevilla, 1966), especialmente a las tres de mayor formato que, por su potencia, definen la muestra. Dos de ellas se centran en el Pabellón de Alemania de la Exposición de 1929 en Barcelona y la tercera en la Casa Fray León, del Estudio 57.

De las tres, Barcelona Pavilion II. Mies van der Rohe, es la que mejor hace justicia a la idea que Novalis sugiere en el primer Himno de la Noche: los planos del edificio mantienen su limpidez y firmeza, pero la luz del crepúsculo los cubre de un velo que insensiblemente remite a la pintura. A esta simbiosis responde el trabajo de Daniel Bilbao, auténtica meditación de un pintor sobre la arquitectura, porque pone de manifiesto cómo el pigmento logra construir un plano con valores poéticos específicos.

Barcelona Pavilion IV se ocupa de una vertiente distinta: resalta la relación entre exterior e interior a la que, por la sencillez de sus formas, se presta gentilmente el edificio de Mies van der Rohe. En este caso las formas geométricas del edificio dejan de ser soporte de la luz para servirle de contraste. Finalmente, Casa Fray León II. Estudio 57. Chile, al subrayar sobre todo el volumen del edificio, establece una oposición que sin querer hace pensar en Magritte y su Imperio de las luces y en muchas de las ideas que Gastón Bachelard hacía depender del espacio recogido de la casa.

La exposición reúne así elementos poéticos muy diferentes, provocando lecturas distintas. De este modo, quizá, justifique aquella idea romántica que citaba al principio de esta líneas: la fertilidad del crepúsculo, de esa hora que algunos llaman bruja.

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