Cultura

Una historia de frontera

El viento que arrasa

Selva Almada. Mardulce, 2015. 168 páginas. 13 euros

Selva Almada se ha dado a conocer recientemente con Chicas muertas, obra donde se indaga sobre el asesinato irresuelto de tres muchachas, ocurrido en la Argentina de los ochenta. Coincidiendo con esta publicación, Mardulce edita su primera novela, El viento que arrasa (2012), cuya temática, si bien no está relacionada con la sevicia y el crimen perpetrado contra mujeres jóvenes, se aproxima a otro tipo de opacidades del corazón humano. Definida como escritora de ámbito rural, su material de trabajo, sin embargo, es otro: en la escritura de Almada, de una diestra economía sentimental, lo que se extiende ante el lector es una variante de la soledad. Una soledad, por otra parte, ayudada por el medio geográfico, pero cuya palpitación es tan antigua como el hombre.

No parece casual, en ese aspecto, que los protagonistas de esta nouvelle, con algo de melancólica estampa fronteriza, sean un pastor protestante y su hija, varados en un árido lugar de la Argentina. Digamos que, ante la desmesura de la geografía, los personajes se ven urgidos, de algún modo, a justificar la propia existencia. Aún así, no estamos ante la abrasiva tiranía del paisaje que encontramos en Faulkner; y tampoco es una meteorología adversa, de carácter simbólico, tan usada en el XIX, aquello que precipita a los personajes sobre su propia angustia. Con mayor sencillez, es el mero tránsito, la novedad que traen las gentes de paso, el eje último sobre el que orbita El viento que arrasa. Sin esta fascinación por el forastero, sin el ambiguo escalofrío que traen consigo, no nos sería posible comprender, pongamos por caso, la extraordinaria y ominosa fábula que atesora La noche del cazador. Sin ese deslumbramiento -sin esa huella del absoluto que ofrece el predicador- no tendría consistencia cuanto se dice en las presentes páginas. Así, si los personajes de esta breve novela cambian y se agitan y quizá se pierden, es por la inesperada presencia de lo sagrado que el pastor protestante allega, por azar, a un paraje minúsculo, azotado por las grandes lluvias.

Se trata, al cabo, de una antigua promesa; se trata sencillamente de la fe, ejerciendo su milenario influjo -su fuego oracular- sobre el peso y el cansancio de unas vidas.

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