Cultura

El héroe y su sombra

Según el argentino Juan José Sebreli, fueron el historiador suizo Jacob Burckhardt y el escritor normando Barbey D'Aurevilly quienes crearon, quienes ahorman definitivamente la dilatada imagen del héroe, del rebelde, del idealista solitario, que luego Nietzsche llevaría a un colofón de romántico y airado -el super-hombre nieztscheniano-, de tanto éxito durante el XIX y gran parte del XX. En efecto, Burckhardt y sus condottieri renacentistas, y D'Aurevilly con su abate de la Croix Sant-Jugan y el caballero Des Touches, prefiguran al personaje equívoco y altivo del maldito: bien sea el maldito real, como Lord Byron, bien el maldito literario, donde aún continúan su amarga singladura el Maldoror de Lautrèamont, el Bradomín de Valle o el insidioso Pechorin de Mijail Lermontov.

Sea como fuere, en este Comediantes y mártires de Sebreli, la pulsión estética de aquellos maudits ha dado paso a la pasión, entre fabulosa y mítica, del triunfador solitario, del lumpen coronado por los dioses, y todo como señal de salvación y rubro de los elegidos. La espesa y brusca mitificación de Evita, de Gardel, del Che y de Maradona, sirven aquí a Sebreli para hacer una dolorida y sorprendente divagación sobre la naturaleza humana: Gardel, convertido en alma viva, en encarnación verídica de la patria austral; Evita, arribista conservadora y autoritaria fría, alzada al martirologio de las izquierdas; el Che, aquel fotogénico Ernesto Guevara que inmortalizó Korda, transformado, gracias a la contra-cultura de los 60-70, de aventurero errático y matarife entusiasta, a seudo-Cristo de todas las revoluciones; y Diego Armando Maradona, aclamado como voz del pueblo y hombre a la contra, aún tras conocerse sus innumerables connivencias con el poder, que aún lo sigue salvando de la ruina, la suspensión y el oprobio. ¿Qué empuja a las masas en esta búsqueda del hombre providencial, de la cabeza solitaria, del genio puntual y el guía preclaro? Para Sebreli, tal vez se trate de la necesidad de asegurarse una realidad maciza: la identidad nacionalista, el sueño totalitario, etcétera. Tal vez se trate, repito, de aquel miedo a la libertad que postuló Erich Fromm tras la hecatombe del nazismo y las devastadoras ideologías de masas. En cualquier caso, frente a estos Comediantes y mártires del ensayista porteño, nos hallamos ante una mixtificación, ante un engaño, ante una dolorosa derrota (la derrota de la razón y el libre discurrir del individuo), donde unos quieren ver lo que no hay y otros se alzan sobre el limo como ridículos dioses de barro.

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