manuel barea

"El egoísmo es la fuerza que nos mueve; ojalá cambie de opinión"

  • Dos años después de su debut con 'Vertedero', el sevillano regresa con 'Desterro', un descarnado 'western' con aire de 'noir' crepuscular, o viceversa

Cualquier tarde, en Desterro, "se oye un disparo y los cuervos remontan el vuelo", y eso significa, ni más ni menos, que es un día del montón, igual que cualquier otro hasta donde alcanza la memoria. Desterro es un pueblo semifantasmal, una oscura grieta en el espacio-tiempo en la que toda clase de malnacidos, en mayor o menor grado, cayeron en algún momento huyendo de su pasado, es decir, de sí mismos. A ese lugar que es también un estado -cruel, despiadado, sin redención posible- del alma viaja el jovencísimo escritor sevillano Manuel Barea en su segunda novela, Desterro, recién publicada por la editorial Alrevés. A caballo entre el noir más descarnado y el western crepuscular, y con potentes aires cinematográficos, Barea -ganador en 2014 del Premio Valencia de Novela Negra por su primer y estupendo libro, Vertedero- regresa ahora con esta historia de fatalismo y ajustes de cuentas entre asesinos atrapados en su absurda espiral de violencia y sudores derramados en vano sobre el polvo de las calles.

-Su escritura se ha vuelto mucho más lacónica y despojada. ¿A qué se debe este cambio tan notable con respecto a su debut: ganas de experimentar, de probarse con otra voz...?

-Sí, es muy distinta. Tenía ganas de probar con otras cosas, claro, no de hacer una segunda parte de Vertedero. Quería contar una historia por así decirlo más contenida, con otra voz. Por eso condensé la escritura, de ahí el estilo telegramático. Cuando la escribía pensaba en la novela como un telegrama con muy malas noticias. Se trataba de decir mucho y muy crudo con muy poco.

-¿Cuál fue su planteamiento previo? Recuerda al de Tarantino cuando dijo que se ve como una especie de discjockey que coge de aquí y de allá para componer algo que es a la vez cita y homenaje a sus maestros y mezcla personal e intransferible...

-El planteamiento fue el de un pueblo perdido de la mano de Dios que sólo existe porque es allí donde criminales y gente cuya vida se ha visto truncada por la violencia van a desaparecer del mundo. Y a partir de ahí la llegada del forastero desconocido... Se presta mucho al western y si coge uno y lo coloca en una cronología más o menos contemporánea, quitando los caballos y los forajidos y la fiebre del oro, lo que queda es una historia que huele a western y a la vez funciona dentro de los parámetros de la novela negra, porque avanza por los impulsos más bajos de los personajes… Pero no escribo con géneros en la cabeza, la historia la desarrollan los personajes, y si resulta que tienen un alma despiadada, pues la novela también.

-En su imposibilidad de escapar a su destino inexorable, los personajes son muy trágicos y la novela, brutalmente fatalista. ¿Lo es también usted?

-No, no del todo… Pero mientras contaba la historia pensaba en ello y siempre acababa igual: en un lugar así, no podía haber final feliz. Y no, yo no veo así la vida, pero lo cierto es que conjuntamente al trabajo en la novela terminaba un estudio sobre el conflicto palestino-israelí, me empapaba de noticias tanto de ese como de otros conflictos en Oriente Próximo... y digamos que mientras escribía Desterro tenía en mente que salvo contadas excepciones el ser humano es un animal muy violento. Bastante sofisticado, pero desproporcionadamente violento.

-Pesa también mucho ese tono de absurdo existencial, que se intuye ya al leer la cita inicial de Camus...

-Los personajes de la novela van despojándose de su humanidad, vencen sus instintos animales. Lo pide el lugar. Unos se convierten en animales y otros en fantasmas, desaparecen. Me interesaba esa idea, la de quienes son fantasmas en vida, que no significan nada para el mundo, pero pueden llegar a tener un poderoso impacto en su comunidad, por pequeña que sea. Yo no sé si tengo fe en el ser humano, la verdad. Diría que no mucha. Ahora mismo pienso que el egoísmo es la fuerza que lo mueve, a él y al progreso. Ojalá en un futuro piense algo distinto.

-Aún es demasiado pronto para trazar un mapa de su narrativa, pero hasta ahora ha retratado, desde ángulos distintos, la corrupción, el crimen, la violencia... ¿Por qué le interesa tanto esa realidad que suele esconderse debajo de la alfombra?

-Si uno se pusiera a ver el telediario y contara las veces que se habla de bombardeos, tiroteos, víctimas, asesinatos, heridos... Sale una matanza diaria. Y al día siguiente otra, y otra, y nos vamos olvidando de la anterior para hacer hueco a la siguiente. En Desterro decidí escribir una historia que diera cuenta de lo verdaderamente violenta que puede ser la gente, pero sin repercusión real para el resto del mundo. Y muy ficcionalizada, porque todo ese tema del realismo y la verosimilitud en la novela criminal cada vez me escama más. Pero no es posible huir de los problemas del día a día, de la corrupción, las miles de crisis humanitarias, el gobierno de las élites, la ineptitud allá donde mires... La clave está en el modo en que se incluyen en la narración y con qué propósito. En mi caso se trata de saber cómo se funciona en un mundo así, el nuestro, cómo se responde a aquello que aunque está bajo esa alfombra puede intuirse porque la alfombra ya abulta demasiado, y también a lo que, quizá más que bajo la alfombra, está en otra habitación en la que casi nunca entramos, no sé por qué. Averiguar ese porqué es uno de los pocos sentidos que tiene hacer ficción hoy en día.

-¿Qué tradición o tradiciones reconocería como distintivas de su gusto como lector y de sus aspiraciones como escritor?

-No me gustan las categorías, y lo cierto es que no sabría donde ubicarme, y más aún con sólo dos novelas ahí fuera. En mis gustos reconozco a Pynchon, Gaddis, Vonnegut, Hunter S. Thompson, Nick Cave o Philip K. Dick, por ejemplo, y probablemente estén permeando en lo que escribo de alguna forma que ahora mismo no sé identificar, intuyo que en la mezcla de voces, estilos o tiempos, pero también me gustan Sabato, Céline o Lem, por decir tres, y la verdad es que escribiendo Desterro nada de esto se me venía a la cabeza, sino cosas de Cormac McCarthy, Breece DJ Pancacke o Jim Thompson, y también El extranjero y de ahí el fragmento del inicio, y por supuesto James Sallis.

-Hace un par de años ganó el Premio Valencia y fue para todos, empezando por el jurado que lo eligió, una sorpresa: alguien salido de la nada, por así decir. Desde entonces hasta hoy, ¿han cambiado sus expectativas? ¿Qué haría que se sintiera conforme como escritor?

-Me quedo conforme y mucho con que por ejemplo una editorial como Alrevés, en la que se leen muchísimos manuscritos al año y que tiene un catálogo con escritores muy buenos, haya decidido publicar esta novela porque entienden que es algo nuevo, distinto, que merece la pena, y que soy un chaval al que le queda mucho por hacer y tal vez crezca con cada novela. Eso aún no lo sé. Hay días en los que aquello que escribo es la mejor mierda que hay y otros que son como intentar atrapar una cobra untada en vaselina. Trato de escribir cosas en las que sinceramente creo y con las que no me canse de mí mismo. Mis expectativas de momento no son altas, o no mucho con respecto a determinadas cosas, pero si me centro en seguir escribiendo y presionándome para que esos trabajos de ficción tengan mayor calidad y sean merecedores de estar en librerías, entonces sí, ascenderán.

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